Hace poco me encargaron un trabajo sobre las primeras elecciones municipales democráticas celebradas el 3 de abril de 1979. Van a cumplirse, por tanto, 40 años de tal efemérides. Aunque me acordaba bien de cómo viví aquella campaña, de la noche electoral, del ambiente, de los reportajes que me tocó hacer en Valladolid, de los mítines, etcétera, preferí releer en la colección del periódico todo lo relacionado con los citados comicios. Me llevé muchas sorpresas. La principal fue comprobar que no encontré ni un solo insulto, ni una sola palabra gruesa. Los candidatos explicaban su programa y sus planes y hablaban de posibles soluciones a los problemas. La gente manifestaba sus temores e ilusiones y se mostraba esperanzada de que la democracia recién recuperada mejoraba sus vidas.

Influido por lo que estaba hallando en las páginas de aquellos marzo y abril del 79, fui un poco más atrás, al mes de febrero cuando discurrió la campaña electoral de las generales, que tuvieron lugar el 1 de marzo y que volvió a ganar la UCD de Adolfo Suárez. (Como se ve, en este 2018 no es la primera vez que, en el plazo de un mes, se celebran dos comicios. Lo recuerdo a beneficio de gruñones y escandalizados). Y volví a maravillarme: no había broncas ni denuestos ni los políticos en liza se ponían a parir entre ellos para conseguir votos o para humillar al adversario. No sé si achacarlo a la novedad de acudir a las urnas, o al miedo a que un clima tenso cabreara a algunos generales (solo dos años después vinieron Tejero y el 23-F), o al respeto que, dentro de la discrepancia, reinaba entre la clase política y entre la ciudadanía. Prefiero inclinarme por esto último, sobre todo tras comprobar y recomprobar esa falta de improperios, esa llamativa ausencia de descalificaciones.

Cuando cerré aquellos viejos diarios formato sábana, no pude por menos que comparar lo leído en ellos con lo actual, o sea con los felones, inútiles, traidores, okupas, ilegítimos que están invadiendo (me temo que para quedarse) páginas y más páginas, radios, teles e Internet. ¿Se imaginan una campaña electoral sin tales palabrejas y otras peores? Imposible, me dirán. Pues, las hubo. Y no hace tanto. Y cuando este país acababa de llegar a la democracia y parecía que no estaba preparado para escuchar y respetar al discrepante y para ver los saludos entre Carrillo y Fraga sin que "pasara nada". (También lo recuerdo a beneficio de crispadores profesionales, provocadores y tipos más interesados en sí mismos y sus ansias que en el bien común.

Y en este hábitat, el del cabreo, la mentira, la cizaña y la pelea sin cuartel, nos aguardan dos elecciones en menos de un mes. O sea, cinco urnas: Congreso, Senado, ayuntamientos, Cortes de Castilla y León y Europa. Un empacho, que vamos a ver cómo lo asimila el personal, que también anda enrabietado y como buscando con quién pegarse. Por lo pronto va a enfrentarse a una experiencia única: campaña electoral en plena Semana Santa, desde la noche del Viernes de Dolores hasta el Domingo de Resurrección. Claro que en algunos lugares la celebración se prolonga hasta el domingo siguiente, el de la Rosquilla o el de Pascuilla, día de las votaciones y víspera de otra festividad arraigada por aquí, el Lunes de Aguas. En fin, que ya veremos cómo se adaptan fervores y devociones a tan apretado calendario.

-Me voy rápido a quitarme la túnica y el capuchón que tengo mitin dentro de una hora.

-Ah, pues yo voy a ir con el hábito de la cofradía, no me lo quito; al fin y al cabo soy de la sección "miserere" del partido, la que anda pidiendo perdón por los errores.

-¿Tú sabes a qué hora más o menos acabará el mitin, es que salgo en otra procesión y no sé yo si me va a dar tiempo?

-Por eso voy yo al mitin vestido de nazareno, para poder ir de procesión a mitin y viceversa sin perder el resuello.

Hombre, no es mala idea acudir a los actos políticos vestidos como a las procesiones. Aunque se enfaden los ortodoxos, tal vez así los oradores dejen los insultos para otro día. No es lo mismo, qué va, lanzar diatribas ante un público ataviado de cualquier manera que hacerlo ante unas docenas de cofrades con sus capirotes, sus hachones, su postura penitencial y su silencio. Ganarían bastante los mítines y los oradores se lo pensarían muy mucho antes de soltar por sus boquitas sapos y culebras contra sus rivales, especialmente el jueves Santo, Día del Amor Fraterno.

Lo esencial, en cualquier caso, es que baje el clima de crispación y bronca y que tengamos unas campañas electorales constructivas, positivas y sin que tengamos que taparnos nuestros castos oídos. Ya sé que quizás sea pedir demasiado, pero, hombre, estando la Semana Santa por medio?..