Cuando se publique este artículo ya se sabrá la decisión del Gobierno de adelantar o no las elecciones. A las horas que lo entrego a la redacción, esta cuestión la ignoro. Es un error adelantarlas. El adelanto añade confusión, favorece al miedo que extenderán los nacionalismos de todos los colores y banderas, y cede el protagonismo al ruido interesado del parlamento mediático.

Si, por el contrario, se retrasa hasta después del verano con una nueva presentación de los presupuestos gracias a una moción de confianza, daría tiempo a derogar la reforma laboral, que concluya el juicio en Cataluña, y que las pensiones, salario base y los proyectos de energía renovables, entre otras cosas, no corriesen peligro de extinción.

Hoy la realidad de la política se parece mucho a la ficción de las series. Mientras el dedo señala al Presidente, hay quienes miramos a Ivan Redondo. Si ya lo tiene listo para hacer de él al Truman cuya campaña admira porque se apartó de los extremos para conseguir ser elegido, habrá elecciones. Si así no fuere, a lo mejor hay moción de confianza. Y ello nos permita empezar de abajo a arriba a decidir qué país queremos celebrando las municipales. De cualquier forma, el susto nos hará ponernos las pilas del pensar. ¿Y qué hay que pensar? Que nada nos separe.

Separatista es el que quiere separar a mujeres y hombres, a los alumnos de las alumnas, a los de la ciudad de los del campo, a los que pueden y tienen de los que no. Separatistas son los que quieren empujarnos al rincón de las profesiones, de los sindicatos, de los partidos, al rincón de las lenguas, al rincón de las tradiciones muy suyas y de nadie más. Los separatistas son los que quieren exacerbar nuestra convivencia defendiendo la diferencia de razas y nacionalidades. Separatistas son los que presionan para que con su dinero no se dé de comer al hambriento, ni de beber al sediento, ni de enviar ayuda humanitaria a visitar a los enfermos de otro continente. Separatistas son los que separan sus capitales del fondo común de los impuestos justos y necesarios, los que los llevan a los paraísos fiscales, los que han saqueado el tesoro público.

Hay muchos paisanos que lo están pasando muy mal. Nadie en este país puede negar esa evidencia, amigos y familiares con trabajos precarios o ingresos insuficientes. Todos conocemos comerciantes que lo pasan mal y autónomos a los que les urge llegar a una pensión aunque sea mermada. Todos hemos oído hablar al menos de jóvenes que se matriculan en la universidad y la abandonan en febrero porque no han recibido la beca. El número de suicidios y delincuencia ha aumentado. Estamos de vuelta a un nuevo Siglo de Oro con su más absoluta miseria: Lazarillas violadas, Pícaras Justinas de programas basura y cloacas legales, Timadores y Nobles del despilfarro y la corrupción. Así está España.

Que no nos separe quien busca por las urnas el botín de lo público para impedir la justicia social. Esos no son mis paisanos. Mi paisana es una monja solidaria, un hombre de pueblo que a veces caza para comer con los amigos, un cristiano con el que comparto garrapiñadas, un vecino que busca sal, una mujer libre, un maestro que enseña a pensar y un niño que quiere jugar en paz con todos y todas del barrio. Si acabamos en las urnas tarde o temprano, impidamos el pucherazo de los separatistas. No hay mayor compromiso político que la cooperación cotidiana en una comunidad.

(*) Secretario municipal

de Podemos