Venezuela es un callejón sin salida en el que conviven una oposición dividida -aunque parece que ahora menos-, un régimen inmovilista sostenido por un Ejército que ha aprendido de la Cuba castrista, y una ciudadanía empobrecida sobre la que el FMI lanza los más pésimos augurios. No parece que haya salida, al menos salida inmediata, para un país que necesita de manera urgente un balón de oxígeno que consiga frenar la emigración forzada, reactivar mínimamente la economía y encontrar una senda de normalización institucional.