A veces, me he apartado de la vida con un libro. La verdad, no tiene desventajas, al contrario: la existencia muchas veces nos aplasta las ilusiones, pero curiosamente muchos libros nos las devuelven. Hace muchos años, animada por la navegación llegué a Deyá, nada más tocarla con los ojos supe que ahí iba a forrar de terciopelo mi vida. La mayoría de los duelos suelen ser venganzas del pensamiento, muchos a duras penas se van resolviendo, otros adoptan forma de espectro y nos acompañan siempre. Recuerdo perfectamente el día que llegué, era una mañana de aquellas que ofrecen plaza para quedarse a vivir.

Cansada de ir vestida me puse un pareo, y a modo de dama adúltera, me dispuse a caminar. Los caminos sólo existen al imponernos un destino, yo no lo tenía, por lo tanto las horas siguientes iban a adoptar forma de azar. Al rato, con el sudor mezclado entre los hilos del pareo, sentí sed. Agarrada del brazo de la intuición llegué a una fonda y, resoplando con ganas, me senté.

No tan lejos, en otra mesa, estaba un hombre sentado leyendo un libro, sin esfuerzo me miró y siguió con la lectura. La verdad, no pude satisfacer mi curiosidad de mujer, me refiero a los tímidos principios de ver más allá de la corpulencia; él no volvió los ojos hacía mí en ningún momento... Al cabo de un buen rato, anhelando fumar, me giré hacia su mesa pero ya no estaba... ¿Era Dios y había ascendido a los cielos? La idea de no haberlo visto marchar me descolocó un poco, por muy delicada que sea la marcha, siempre se nota. Pues ya ven, las certezas yacen junto a las vivencias.

Los rayos de sol me daban en la cara. Con mucha ansiedad quería mirar pero no veía. Él se había marchado, pero en la mesa estaba su libro. Inundada por el éxtasis de la sorpresa me levanté;, peregrina de las ganas me acerqué con rapidez y, de cerca, pude ver que el libro que allí había dejado era "El Pintor de Batallas" de Arturo Pérez -Reverte. Cómo se agita el infinito ante un título así... Con la armonía del rápido movimiento de la intuición lo cogí y regresé a mi mesa. Al rato, decidí marcharme, sabiendo que entre mis manos llevaba un analgésico. Era lo qué necesitaba... Un libro puede hacernos ver lo que nos duele y, además, puede proporcionarnos alegría en épocas en las que sólo se percibe desesperanza.

Los pintores de batallas amueblan la vida con la vivencia. La fuerza nunca debe ser tregua, lo larvado por la indecisión siempre arranca la raíz de la convicción. En toda batalla hay un deseo de morir, pero la gran paradoja es que sólo se salva el hombre cuando lucha. La pintura va más allá de la realidad, por lo tanto, pintar batallas es conseguir enterrar partes de la vida sin haber muerto.