La borrasca lo revuelve todo en la Meseta. Las avefrías en busca de refugio intentan sin lograrlo formar la bandada y de lejos, con sus colores blanco y oscuro, parecen espejuelos en el aire. Un gran milano se empeña en volar contra el viento huracanado del Oeste, esquivando las ráfagas y aprovechando las caídas de fuerza (su timón ya no puede retorcerse más), como un caza acosado en un combate. Al pasar por el páramo, las bolas de arbusto atraviesan volando la calzada. La garza rumbo al humedal que intenta cruzar la autopista contra el viento y a muy baja altura sale indemne del paso de dos camiones, sorteándolos in extremis. Todo es un caos, hasta que en lo alto, manteniendo como puede el tipo, aparece la primera cigüeña, inaugurando un nuevo ciclo con su lenguaje corporal de sosiego, impertérrita entre el fragor del temporal. Y en efecto: al regreso han estallado las mimosas.