En la ciudad del alma que Claudio Rodríguez lleva dentro, había aire, luz, temple del Duero, ábsides de iglesias, calles, piedras, puertas, esquinas y sonidos de pasos y de campanas. Todos elementos materiales sin los cuales no hay ciudad.

Llevo muchos años oyendo hablar de la "idea de ciudad", y de su falta como crítica a cualquier gobierno municipal desde un sector de habitantes de Zamora que quizás buscan el alma de la ciudad en elementos relacionados con la Cultura, el Arte y las Tradiciones, todo con mayúsculas. Y que, en consecuencia, consideran que llevar el agua, recoger la basura, barrer la calle y echar asfalto para tapar baches son actividades sin alma, o sea, sin "idea de ciudad" porque son comunes a todas.

"Todos llevamos una ciudad dentro" ¡Claro que sí! Pero en la nuestra también hay asfalto además de piedras centenarias; barrios sin iglesias románicas de piedra, sin ábsides y hasta sin iglesias; calles poco iluminadas; un río contaminado; puertas de casas vacías; esquinas en ruinas; sonidos cargados de dignidad de menos pasos y más cansados por la vejez, y silencio de ausencias y de juegos de niños? Y sonidos de quienes dan la campanada. Y pese a todo ¡aire y luz de esperanza y de utopía!

¡Y asfalto mucho asfalto, si hace falta! Por supuesto. Ese asfalto que es política porque es para todos y sirve para igualar las calles de los barrios y del centro, como es política el arreglo de las aceras para quitar barreras. Ese humilde asfalto que, como la piedra pequeña de León Felipe, no nació para ser piedra de una lonja ni piedra de una iglesia, sino para ser la calle por donde se oigan los pasos de los zamoranos que tienen derecho a ser oídos aunque no tengan "idea de ciudad". Ese asfalto que es humilde política, basado una "idea de sociedad" más igual, donde los servicios y derechos básicos son una prioridad.

Como es una prioridad que un hombre y artista del pueblo que nació en Cerecinos, vivió lejos de su tierra por defender su "idea de sociedad", y legó parte de su obra a la ciudad de Zamora, tenga un lugar digno donde se expongan sus esculturas, sin que sea objeto de disputa técnica y menos de disputa política.

A los que alientan el debate artístico y el debate político sobre el cómo y el dónde exponer la obra de Baltasar Lobo, hay que aclararles que todas las decisiones se han adoptado en el Patronato del autor, y que se han intentado muchas posibilidades mejores que el Ayuntamiento Viejo por falta de espacio (yo misma he firmado la propuesta de los amigos de Lobo para que fuera en el palacio Antiguo de la Diputación).

Pero a falta del alma noble de "piedras que nos fecundan", hay que disponer del alma pobre del asfalto para seguir andando y mostrar la obra de Lobo. Y por ello desde el Patronato se ha optado por un lugar mejor que el actual en la Casa de los Gigantes, que además nos ha costado 1 millón a los zamoranos -cien mil euros al año de alquiler desde hace 10 años- y se ha encargado un proyecto al prestigioso museógrafo Juan Manuel Bonet. Además no es incompatible con otros espacios si los hubiera.

Espero haber aclarado el tema del Museo de Lobo a los que han pasado del debate al ataque político, como el candidato de Podemos, o al ataque cultural, como los Amigos de Lobo (retiro públicamente mi firma de su propuesta porque yo llevé mi firma "a luchar contra los elementos", no contra mis compañeros que la compartimos).

"Ciudad que nos alienta y nos acusa". La ciudad de ese alma que llevamos dentro es la que para Sócrates era el yo consciente, y para Aristóteles y otros filósofos, aliento y vida en definitiva. Por eso nuestra "idea de ciudad" que nos alienta para hacer las cosas y nos acusa cuando nos equivocamos, tiene como la canción de los Panchos -"no sé por qué te quiero, será que tengo alma de bolero"- alma, corazón y vida: "Alma para conquistarte, corazón para quererte, y vida para vivirla junto a ti".

Para vivirla junto a muchos zamoranos y zamoranas de a pie, sobre el asfalto o sobre la piedra pequeña de León Felipe, "guijarro humilde de las carreteras". Que sólo es puto asfalto de mierda sin política para los que tienen "la cara del que sabe" de Agustín García Calvo.