"España fue grande cuando solo había un tonto en cada pueblo", la frase me la soltó, entre risas, este verano ese gran escritor, periodista, pensador y muchas más cosas, Premio Cervantes entre otras, llamado José Jiménez Lozano. (Su libro "Guía espiritual de Castilla" tendría que ser de obligada lectura, desde el Bachillerato, para las gentes de esta tierra). Me contó que se la había dicho un hispanista norteamericano, que, a su vez, la había oído por ahí. Desconocían ambos, Jiménez Lozano y el estadounidense, quien fue el autor de la parrafada pero coincidían en que está bien traída, que tiene ese punto de verdad, exageración y sarcasmo que la hace verosímil y, por tanto, creíble. O, al menos, que te lleva a meditar sobre los derroteros que han tomado ciertas cosas y sobre ese punto raro y desmadejado al que hemos llegado no se sabe por qué ni por qué vías.

La frasecita suele hacer gracia allá donde la sueltes y provoca esa reacción luminosa y sonriente del que acaba de descubrir un misterio y se reconoce en él. A continuación, es costumbre escuchar algo así como "es verdad, es que ahora hay tontos por doquier". Y el problema no es únicamente ese. El problema más gordo es que los tontos de ahora no son conscientes de ello. Se creen preparados, ilustrados, conocedores de todas las claves de la existencia, que, lógica y obviamente, pasa por ellos. Sin su cultura, formación, trayectoria y demás el mundo sería mucho peor, inhabitable. Son imprescindibles para poner orden en el caos, para aportar luz a las tinieblas. Ahí están ellos como redentores.

"España fue grande cuando solo había un tonto en cada pueblo". Me he acordado de la frase al saber de la denuncia presentada por un "iluminado" por un hipotético atentado contra el Patrimonio en la famosa y alabada iluminación de Puebla de Sanabria en la pasada Navidad. Tiene su aquel: un "iluminado" contra la iluminación. No me extraña que el hecho (veremos en qué queda) haya causado indignación y cabreo en la capital sanabresa, en la comarca y en todas partes. Resulta que el personal acabó encantado con la propuesta de Ferrero Rocher, con su desarrollo y sus repercusiones y, sin embargo, hay un pavo que se acerca hasta Verín, en Orense, para poner una denuncia en la Ventanilla Única. Uno creía que las ventanillas de ese tipo estaban para otros menesteres, tales como resolver problemas y canalizar iniciativas. Pero se ve que no, que también atienden tonterías.

Claro que me imagino la cara del funcionario que recogió la demanda. Pónganse en su lugar: en una Ventanilla Única gallega aparece un tipo que denuncia una presunta infracción contra el Patrimonio en Zamora por no tener permiso para instalar publicidad en un edificio Bien de Interés Cultural. Y no da la cara, sino que se ampara en el anonimato. El funcionario alucinaría, pero cumplió con su deber y adelante con los faroles. Más surrealismo: el de la Ventanilla Única tendría que enviar el papel a Castilla y León, con lo que tendríamos a Kafka reinando por estos pagos: un individuo que denuncia en Galicia un supuesto fallo cometido en Zamora y un gallego que tiene que remitir el caso a la misma Zamora donde no se presentó denuncia. ¿En qué idioma se desarrollaría el evento?, ¿en gallego?, ¿en castellano?, ¿en ese sanabrés que bebe de los dos, del portugués y de los restos del leonés? Me gustaría saberlo. Más que nada para escribir teatro del absurdo o algo parecido.

También me encantaría saber qué va a hacer con el expediente la Junta de Castilla y León. Lo suyo hubiera sido darle con él en los morros al interfecto o, como mínimo, limpiarse salva sea la parte. Pero aquí somos muy educados y muy legalistas. No nos saltamos las normas más que cuando nos parece. O sea que la denuncia seguirá su curso por muchos que los de Puebla juren en arameo. Y por mucho que argumenten que no hubo daños, que la localidad se llenó de turistas (un 350% más), que se dio a conocer a nivel internacional, que la propaganda fue gratuita, que comercios, bares y restaurantes funcionaron a tope, que?No importa. El artista de la denuncia cree que se infringió una norma (hay que ser retorcido y tocahuevos para husmear en la reglamentación) y, por tanto, castigo. ¿A quién y cómo? Esa es otra. ¿Multarán a Ferrero Rocher, al Ayuntamiento, a toda Puebla, a los miles de personas que acudieron a ver la iluminación, a los peces del Lago de Sanabria?, ¿premiarán al denunciante por haber salvado el patrimonio y erigirse en paladín de la legalidad?, ¿le entregarán los bienes incautados, como sucedía con la Inquisición?, ¿sacará algún rédito político?, ¿o simplemente hizo lo que hizo por fastidiar, por jorobar, por ser incapaz de aguantar la felicidad, aunque sea pasajera, de otros? En tal caso no estaríamos hablando de un tonto, sino de un mal bicho. Veremos.