Siempre he defendido que los dirigentes políticos son, por encima de todo, personas y, como tales, actúan y muestran sus actitudes, tanto buenas como malas. Y a estas últimas, a las malas, quiero referirme tras comprobar determinados comportamientos que, no por humanos, evidencian la poca talla ética, y estética, de muchos de quienes ostentan el llamado poder público y, sobre todo, de quienes no quieren apearse de él por nada del mundo.

Dos días de mera observación en la última edición de Fitur corroboran esta tesis, basada en el comportamiento de la mayoría de alcaldes y presidentes de diputación de la Comunidad presentes en Madrid en esta importante feria de turismo. Sinceramente, da un poco de vergüenza ajena ver las carreras para estar en el lugar preciso ante los flases de las cámaras y dejar así inmortalizada esa prueba gráfica de inquebrantable devoción al líder. Sucedió el jueves de la pasada semana, cuando en coincidencia con la presentación del nuevo plan estratégico de turismo de Castilla y León, en el tradicional espacio reservado a tal efecto, se produjo una auténtica espantada de líderes locales y provinciales hacia los pasillos del stand autonómico en cuanto se anunció el paseíllo del presidente nacional del PP, Pablo Casado, y del regional, Alfonso Fernández Mañueco. Ninguno escuchó in situ las líneas estratégicas de un plan dotado con más de 300 millones de euros para los próximos cuatro años. Corrieron, como ratón sobre queso, para hacer la ola a los nuevos próceres del partido y dar, si hacía falta, los necesarios codazos para no quedar fuera de una foto que en tiempos preelectorales ya se sabe que vale su peso en oro.

Al día siguiente, viernes, el stand de la Comunidad en Fitur también fue el perfecto banco de pruebas para ratificar algo tan inherente a la política como es la crueldad que suele colarse por las rendijas del poder o, mejor habría que decir, por la pérdida de poder. Y me explico. Ese día era el que durante los últimos 18 años recaía todo el protagonismo en el presidente de la Junta, Juan Vicente Herrera. Pero, como es sabido, al político burgalés le quedan tres telediarios en el Colegio de la Asunción, sede del Gobierno autonómico, y de nuevo la condición humana dejó su indeleble huella en forma de vacío en torno a una figura que, ahora sí, tiene más pasado que futuro. Salvo contados acólitos, no fueron muchos los alcaldes y presidentes de diputación que acompañaron al jefe del Ejecutivo regional en su habitual recorrido por un certamen internacional en el que también se hacía balance de un sector que en los últimos cuatro años ha superado todas las expectativas al alcanzar 30 millones de turistas, cinco más del objetivo marcado al inicio de la legislatura. ¿No era, quizá, un balance digno de escuchar junto a Herrera? Todo lo contrario. Lo que sucede es que los políticos con afán de continuidad saben bien que ahora hay que rendir pleitesía a otros que tienen la sartén de las candidaturas por el mango, aunque hace escasos meses apostaran sin remilgos por otros caballos ganadores (léase Soraya Sáenz de Santamaría y Antonio Silván). La política hace aflorar estos actos de preterición que, obviamente, en una feria como la de Fitur no pasan desapercibidos. Aunque para mí tengo que algunos han aprovechado la ocasión para devolverle en público la afrenta al otrora poderoso Herrera.