Existen fidelidades que siempre es sano mantener para que no dejen de serlo. Y en esas estamos. Fidelidad a un tema y a un empeño siempre actual e inquietante: el de la educación. Fidelidad a una fecha y a una festividad, la del santo educador Juan Bosco, en este 31 de enero. Antonio, uno de los Salesianos de la comunidad de Zamora, se presta a ofrecerme materia y orientación para este artículo y pone en mis manos una carta de su rector mayor en preparación al próximo capítulo general. Un escrito largo, quince folios nada menos, dedicado en buena parte a los jóvenes y más en concreto al ejercicio de la educación. Dos capítulos centrales. Uno para preguntarse sobre el momento de la Institución Salesiana y su razón de ser: un análisis, un chequeo de urgencia y un diagnóstico sobre su vitalidad que, según él, "goza de buena salud"

El segundo capítulo, "La hora de los jóvenes", se redacta en torno a dos cartas. La primera, de una joven animadora que expresa la alegría de ver que se atiende a las cosas del corazón y desafía a los Salesianos a salir de los espacios de confort. La otra, de un joven del Movimiento Juvenil Salesiano en Méjico que valora "el esfuerzo por mantener viva a mi gran familia salesiana (sic) donde he pasado los mejores momentos de mi vida". Tuvo, añade, la dicha de ver cómo poco a poco, en la franja fronteriza con Estados Unidos de Nuevo Laredo, desde un completo basurero se fue formando una comunidad con ganas de dar vida a un espacio de alegría, convivencia y paz para los jóvenes. ¡Cómo nos recuerda esto los difíciles inicios del Oratorio Festivo de Turín!.

Ángel Fernández Artime, el joven superior de los Salesianos, asturiano de nacimiento, en su pasado reciente en Argentina y en manifiesta conexión y cercanía con quien fuera cardenal-obispo de Buenos Aires, el papa Francisco, traslada a su Institución la tarea de "superar la inercia y evitar el peligro de caer en la incertidumbre y en la mala indiferencia, graves enfermedades del espíritu". Vivimos tiempos de posmodernidad, en esta transición que el mismo papa Francisco define como "cultura del naufragio".

Quienes trajinan en el mundo de los jóvenes, mal que bien, tienen que superar la tentación de tirar la toalla. No hay otra. En esas parece estar el superior de los Salesianos cuando anima a contar con la palabra de los jóvenes, a sentir los latidos de su corazón, "porque son ellos quienes dan plenitud a nuestras vidas, quienes nos salvan salesianamente, quienes nos moldean vocacionalmente". Educar es una tarea siempre apasionada y exigente, solamente digna de quienes apuestan por la esperanza.