Se dicen demasiadas cosas, porque hay muchos que piensan que solo existe aquello que se dice, aunque también haya otros que piensen lo contrario. Por ello, el que más y el que menos ha visto, si no de todo, de casi todo, y por tanto no llega a creerse casi nada, ya que son tantas las mentiras, añagazas y ficciones que ha llegado a conocer que no le ha quedado otra que tejer un tupido velo de desconfianza para protegerse de lo que se dice.

Aún no se habían borrado las letras de la pancarta "OTAN de entrada NO", aireada por Felipe González, cuando España irrumpió, a bombo y platillo, en la Alianza Atlántica, en medio de los habituales chascarrillos de Alfonso Guerra.

Más tarde, cuando José María Aznar aún no se había recuperado del susto que había sufrido tras el atentado perpetrado por ETA, cuando se desplazaba en su coche oficial, le dio por repetir, día tras día, aquel mantra de "la cal viva", refiriéndose a Lasa y Zabala. Nadie podía entender como quien había pasado por tan duro trance se preocupara tanto por la suerte que hubieran podido correr aquellos dos terroristas del comando "Gorki".

El "viejo profesor" Enrique Tierno Galván había dicho que las promesas en periodo electoral se hacían para no cumplirse, o algo parecido, y el tiempo demostró no solo que aquello era verdad, sino que se mentía también durante el periodo que mediaba entre unas elecciones y las siguientes. Y a quienes les parecía que aquello era la semilla de una enorme decepción - por que entendían que el estado democrático debía ser otra cosa - comprobaron que en política todo era posible, todo menos la defensa de la verdad sobre cualquier otro tipo de consideración.

Más tarde, Mariano Rajoy, a propósito de la catástrofe ecológica del "chapapote" que destruyó buena parte de las playas gallegas, dijo, sin inmutarse, que no eran más que unos hilillos de plastilina sin apenas importancia. Y cuando el mundo occidental se hundía económicamente en una crisis galopante, José Luis R. Zapatero aseguró que se veían brotes verdes de recuperación económica, sin que llegara a ponerse colorado.

"España nos roba" era el eslogan del ínclito Jordi Pujol y su mariachi de CiU, mientras esquilmaban a los catalanes aquel tres por ciento de infausto recuerdo. Y así podríamos seguir revisando la historia: la reciente y la menos reciente, citando muchísimos otros casos. Es por ello que no se puede creer, y menos a pies juntillas, nada de lo que digan los políticos, porque la verdad y la realidad cotidiana riñeron hace tiempo con ellos. Menos mal que los hechos más imborrables permanecen cierto tiempo en la memoria porque les cuesta diluirse.

Por eso, cuando ahora dice Íñigo Errejón que ya no le gusta jugar con su amigo y colega Pablo Iglesias, resulta difícil poder creerle, máxime teniendo en cuenta lo bien que se lo está pasando en el Congreso puteando al PSOE. De manera que esa conversión repentina y posterior ingreso en la orden de las "Carmenitas" huele a algo raro. De hecho, el PSOE le está abriendo las puertas de su partido, a través de su portavoz Adriana Lastra, lo que llama poderosamente la atención, ya que esas siglas no se han caracterizado, precisamente, por ser capaces de ir todos a una, ni tampoco por compartir una ilusión sin reservas.

De manera que entra dentro de lo posible que Errejón pudiera ser el caballo de Troya de Podemos que se adentraría en el interior del PSOE para intentar derrotarle. Ciertamente, a simple vista, tal elucubración podría parecer un disparate, pero cosas más difíciles se han visto. De manera que, aunque solo sea una mera hipótesis, puede dar de sí lo suficiente como para ser tenida en cuenta.

Y es que, ahora, Podemos está ejerciendo de socio del PSOE en el gobierno de la nación, y, por tanto, tiene la oportunidad de conocer, desde dentro, su potencialidad y también sus debilidades. Y esa valiosa información puede servirle para plantearse cualquier tipo de estrategia, incluida la de poner en marcha la operación "caballo de Troya".

"Piensa mal y acertarás" decía el señor Secundino, en aquellos gélidos días de invierno en los que la niebla se cernía sobre Zamora con amenazante riesgo, mientras daba vueltas al manubrio de la trituradora para que salieran los chorizos, porque era sabedor que la humedad era el peor enemigo que tenía el codiciado embutido para curarse como Dios manda.