Si don Francisco de Quevedo viviera en este siglo, apueste lo que quiera que en lugar de aquel divertido soneto satírico, en el que parodiaba la nariz de Luis de Góngora y Argote: "Érase un hombre a una nariz pegado, erase una nariz superlativa?". Debido a que las rinoplastias que en su época no se practicaban y que hacen maravillas con las narices superlativas, con las narices sayón y escriba e incluso con las narices de elefante boca arriba, es decir, con todas las narices, don Francisco de Quevedo, con la misma carga satírica, hubiera escrito: "erase un hombre a un teléfono pegado, erase un teléfono superlativo, erase un peje espada muy barbado?", etc, etc.

Lo de los móviles y todos, por lo menos los diestros que pecamos con la misma mano, empieza a ser pandémico y un tanto maleducado. El móvil nunca puede sustituir el placer de una compañía, ni el placer de una comida, sin embargo es así, hasta el punto de que los tratados de protocolo, van a contemplar en breve la colocación del móvil en la mesa como contemplan la colocación del pan o de las copas de agua, vino y licor.

Es del todo preocupante que siete de cada diez adolescentes reconozcan que miran su teléfono móvil "constantemente". Y más preocupante resulta que los alumnos españoles comiencen a tener estos dispositivos a los 11 años, y eso a pesar de que la edad recomendada son los quince. Y en una especie de más difícil todavía sólo el 22% recibe formación en pensamiento crítico para valorar la fiabilidad de internet. Madre mía, estamos a merced de internet, del móvil y de todos estos artilugios que impiden la comunicación a la que hay que denominar como 'antigua usanza'. Porque ahora, con los puñeteros wspps ya ni reconocemos las voces de los amigos y conocidos. Algunos chavalitos y chavalitas llevan tal velocidad en el manejo de las teclas que parecen bólidos a todo trapo.

Claro que, luego, ves los textos y es necesario que alguien traduzca porque en algunos casos son auténticos galimatías. Resulta más fácil desentrañar un jeroglífico que saber qué dicen los susodichos textos. Eso de estar mirando el móvil "constantemente", en lugar de admirar el paisaje o la cara bonita de una chica o un monumento, me parece enfermizo. Ni tanto ni tan calvo. La culpa, por consiguiente, es de los padres que no dudan en comprar esos artilugios a sus vástagos en cuanto se lo piden. 'Es que así lo tenemos más controlado', dicen algunos equivocadamente. Se ha demostrado lo erróneo de la apreciación.

El otro día estaba servidora en el Hospital Virgen Concha, esperando para entrar a la consulta de una especialista, por cierto, encantadora, de nombre Mar, cuando llegaron los padres y un hijo adolescente, monísimo. En cuanto se quitaron los plumas, lo primero que pidió el chavalito a sus papis fue el móvil, que sacaron de inmediato y con alegría le mostraron la funda que habían adquirido para el terminal y no sé cuántas cosas más. A partir de ese instante, los padres dejaron de existir. Y con los padres, toda la cantidad enorme de pacientes que aguardábamos turno.

¿Qué tiene el móvil que no tengan un padre y una madre, por favor? El móvil se lleva el tiempo, la atención y el interés de los adolescentes que lo han convertido en sustitutivo de todo aquello y aquellos que no tienen sustitutos posibles, como los padres y los amigos. Lo de poner un móvil en nuestras vidas, créame, no es la mejor opción. Se lo dice quien también ha caído en su 'embrujo' sólo que no hasta esos extremos.