Un buen nacionalista catalán debería estar preocupado por el peligro de descrédito que corren sus ciudadanos, y el propio país, debido a un grupo no muy grande de personas que los representan. Los principales centros de poder del mundo empezaron a sospechar ya tempranamente de las trampas que hacía Catalunya, quiero decir, los que decían representarla. Recuerden aquel delator editorial del "Wall Street Journal", en el clímax del pulso del otoño de 2017. Ahora Puigdemont recurre al Tribunal Constitucional frente a un acuerdo de la Mesa del Parlament, tomado por tanto por quienes lo apoyan, por vulnerar sus derechos. Estas fintas pueden divertir a algunos, pero denotan el talento del enredador. La imagen de Catalunya, que siempre ha sido (y con razón) la de un país serio, podría acabar en la de un país de liantes. Una manifiesta injusticia frente a la que alguien debería salir al rescate.