No sé si se trata de fiebre o de un tipo de moda que arraiga en las citas judiciales. Lo cierto es que, cada vez que los imputados de tantos casos y cosas como se dilucidan en los Tribunales, se ve en la obligación de acudir a una cita con el juez, acuden ante las mismísimas puertas del juzgado con casco. O todos se han puesto de acuerdo y van en moto para no contaminar, no vaya a llegar Carmena con la rebaja, o por obvias razones y no precisamente de vergüenza, puesto que no la tienen, utilizan el casco para no descubrir la jeta que tienen.

El casco está de moda. Andan a vueltas con lo de Villarejo, que es peor que un culebrón venezolano, y en la última cita, casi todos los imputados han acudido con casco. Eso pasa en Madrid, en Barcelona, en Sevilla y allá donde quiera que se desentrañe la mierda que tienen acumulada entre todos los que han conspirado, han metido la mano en el cajón, han ido de putas con dinero público, han abierto chiringuitos, han montado negocios o han arbitrado todo tipo de cursos y cursillos, algunos de risa, con la anuencia de los gobiernos autonómicos y nacionales.

En lugar de dar la cara y que podamos vérsela bien, alguno que otro se empeña en esconderla tras esta nueva modalidad de yelmo que han impuesto y con la que parecen ir a gusto. El casco queda bien para los motoristas, en ciudad y en carretera, pero resulta chocante que últimamente, en los juzgados, los imputados o como quiera que se les llame ahora, acudan con el susodicho elemento que no deja ver absolutamente nada al que mira desde fuera.

De cuanto se hubieran evitado si la ambición y el poder no les hubieran cegado de la forma que en algunos casos lo han hecho hasta convertirlos en vulgares chorizos. Muchos de los que vienen dándonos lecciones de moral, tienen mucho por lo que callar. En unos casos porque meten mano en el cajón común y en otro porque utilizan el poder que les han dado las urnas para ejercer como auténticos comisarios políticos espiando a todo el que se mueve y pagando a los espías con dinero público, con dinero de todos.

Cuando salta la liebre, cuando se desvelan las identidades, creen que con ponerse el casco ya quedan en el anonimato y salvaguardados de lo que pueda venir. Y no. Cuando salta la liebre hay que ponerlos de inmediato a buen recaudo. Ahora, en Madrid están cocinando un nuevo caso que algunos dicen que no existe, la 'operación kitchen', en la que también está implicado el ex conductor de Bárcenas. O el susodicho ha visto muchas películas del género o se mira en el espejo de los que acuden con casco a la Audiencia Nacional, porque también ha aparecido de esa guisa en su nueva cita judicial. ¿Qué tendrán que ocultar? ¿Algún defecto físico? La verdad es que su ex jefe lo hace a cara descubierta. Como la mayoría de los tiburones. Son, precisamente, los pececillos, de tamaños inferiores los que han puesto de moda esta modalidad.

Los pececillos y también algún que otro tiburón que ha sufrido algún retoque, algún cambio sustancial y no quiere que se le reconozca. Los hay que protestan porque al publicar sus identidades con foto incluida, dicen ser perseguidos y que lo hacen por seguridad. Vaya usted a saber. Como hay tantas operaciones abiertas y tantos casos inconclusos, no hay un solo día en el que no se produzca la foto del imputado de turno con casco. Deberían prohibirlo. Como deberían prohibir que maltratadores y asesinos se escondan bajo la capucha del chándal o la sudadera. Si tuvieron cataplines para violar, para matar y para obar, que los tengan para ir a cara descubierta.