¡Oh, Dios mío, oh Alá, oh Jehová! Hemos implorado siempre una señal de tu existencia pero ahora que ya nos ha quedado claro que existir, puede que existas pero prefieres hacer como si no, desentendiéndote del mundo de este siglo infausto, lo que te pedimos es otra cosa. Allí donde te encuentres, si es que estás en algún sitio, mándanos un manual de uso como ése que acompaña a los electrodomésticos y nadie se lee porque piensa que no hace falta. El manual que te imploramos nos es muy necesario, vaya que sí; a mí al menos porque cada vez me resulta más difícil comprender no ya los arcanos de la mecánica cuántica que rige el universo sino las señales más simples del mundo que nos rodea.

Ahí está el Brexit, con la derrota espectacular en el parlamento del plan que la primera ministra británica había definido como la única alternativa existente frente al caos. Sería cosa de temer que el caos llegue pero no, no hace falta porque hace mucho tiempo que ese lobo que viene ha llegado ya y vive entre nosotros. Pero en realidad no somos víctimas del caos sino, más bien, protagonistas del disparate convertido en azar permanente. Todos los periódicos han publicado hipótesis sobre lo que puede suceder ahora, tras la derrota de May del martes pasado. Ninguno toma en cuenta lo más probable: que no suceda nada, que sigamos subidos en nuestra tabla diminuta a la ola más grande jamás vista con la alegría del que sabe que, pase lo que pase, no será como nos lo imaginábamos.

El caos a este lado del Canal de la Mancha, tirando hacia el sur, se llama Ley de los presupuestos generales del Estado. Salvo que me equivoque, los que quieren aprobarlos y los que quieren derrotarlos en las Cortes ocupan en la balanza pesos equivalentes, así que han de tumbar el equilibro hacia un lado u otro aquellos que llevan años diciendo que su reino no es de este mundo, que no forman parte de España ni les interesan sus instituciones salvo en aquello que afecte a la concesión de indultos. La cosa sería aún comprensible de no ser que varias veces al día, todos los días de la semana, los portavoces de la república que, idiota, no existe, dicen una cosa y la contraria; que la ley se admitirá a trámite, que no, que será aprobada y que se rechazará, sin descartar que no sea admitida a trámite pero al final se apruebe. Ante semejante confusión el manual es imprescindible aunque, eso sí, deberíamos ponernos de acuerdo acerca del idioma en el que será impreso. Me preguntaba hace poco un profesor de sociología acerca de la vocación esperantista de mi abuelo Camilo. Qué tiempos aquellos en los que creíamos que bastaba con inventarse un idioma y, de golpe, la humanidad entraría en razón. No sé lo que habría sido del Brexit discutido en esperanto pero me consta que el proceso soberanista quedaría muy raro despojado de sus referencias patrias, lengua y Barça incluidos. A lo mejor el manual, cuando llegue, dice que debemos hacernos todos del Alcoyano.