Se llamaba Laura Sanz Nombela. Tenía 35 años y tres hijos pequeños. Vivía en su pueblo toledano y trabajaba de cajera en la capital del Tajo. Su marido quiso darle una sorpresa y contrató un viaje a París, un fin de semana de enamorados en la Ciudad de la Luz. A las 9 de la mañana del sábado 12 de enero, Laura se acababa de duchar y comenzaba a vestirse muy cerca de la ventana de la habitación. Su marido aun permanecía en la cama. Entonces sonó una fuerte explosión enfrente. Un escape de gas había reventado una panadería. La onda expansiva arrancó el marco de la ventana, que golpeó a la mujer en la cabeza y la arrojó contra la cama. El marido la cogió en brazos y corrió escaleras abajo pidiendo ayuda. No la obtuvo en aquellos minutos infernales. Y entonces?

-La gente estaba con sus móviles grabándolo todo y nadie les ayudaba hasta que vieron a un bombero, que le hizo un masaje cardiaco y la trasladaron en ambulancia al Hospital Universitario de París, donde certificaron su muerte horas después.

Quien habla es José Luis Sanz, el padre de Laura. Cuenta la versión que le ha dado su yerno, único testigo directo de la muerte de su esposa y protagonista a su pesar de la terrible odisea vivida en el hotel y, posteriormente, en los centros sanitarios.

Laura Sanz fue una de las tres víctimas mortales de la explosión en la panadería parisina. Su trágica historia puso haber cambiado si se hubiera levantado un poco antes o un poco después, si hubiese tardado más en ducharse, si no se hubiera colocado al lado de la ventana, si?

¿Y si la hubieran socorrido cuando su marido la llevaba en brazos y pedía ayuda escaleras abajo y ya en la calle? Nunca lo sabremos. Tuvo la trágica mala suerte de estar en el peor momento en el peor sitio. Lo que sí sabemos, por las palabras del marido, es que hubo un episodio decepcionante y siniestro con los móviles, las fotos y la sordera de los transeúntes. Un episodio muy revelador de la civilización en la que estamos metidos y donde, desde hace tiempo, está trastocada la escala de valores. Es más importante grabar con nuestros teléfonos lo que ha sucedido que prestar ayuda a quien la reclama, aunque haya una vida en juego. ¿Y qué es una vida humana frente a la posibilidad de decir a amigos y conocidos "mira, mira que fotos más buenas hice el día que estalló la panadería"? Estoy seguro de que muchos de los "retrateros" dedicaron los siguientes instantes a enviar sus grabaciones por doquier (familiares, redes sociales, grupos de contactos, etc) y que no faltaron los que se hicieron los correspondientes selfies ante las ruinas del establecimiento dañado o, si se puso a tiro, ante algún cadáver o alguno de los 50 heridos que dejó la explosión. "Ahí mismo, ahí estaba yo; ¿a qué ha quedado bien? no sé si mandar la foto o el video que hice más tarde a un periódico o a una tele, que esas pagan mejor".

Confieso que me quedé anonadado cuando leí lo sucedido aquella mañana aciaga en la capital francesa. Parecía un accidente más, un drama al que, desgraciadamente, nos vamos acostumbrando y que olvidamos enseguida? salvo que alguna de las víctimas nos toque de cerca. Pero la versión del marido me impactó. Tanto que todavía pienso en la escena: un hombre, aturdido y aterrado, con su esposa sangrando y malherida en brazos, unos gritos desgarradores de ayuda, la desesperación y el dolor, y un grupo de gente que no le hace caso porque solo piensa en sacar fotos con sus móviles y dedica todas sus energías a ello.

Y sí, me viene con frecuencia a la cabeza una palabra: deshumanización. Nos estamos deshumanizando, equivocando conceptos vitales, dando prioridad a aspectos que no la tienen y abandonando, o relegando, otros que son precisamente los que nos definen como seres humanos. ¿Cómo explicar lo de París?, ¿por la tiranía del progreso mal entendido pero ya indispensable, o eso nos parece, para ser alguien, para no quedarnos atrás en esa absurda carrera hacia no se sabe dónde?

Hay más preguntas. Verbigracia: ¿qué papel juega el móvil en nuestra existencia?, ¿tenemos móvil o nos tiene el móvil a nosotros?, ¿el móvil o la vida? El móvil, el móvil, sin él no soy nadie; sin vida, ya veremos. Lo ocurrido en torno a la muerte de Laura Sanz debería hacernos reflexionar. Y mucho. Pero no creo que suceda. Ha merecido pocos análisis (últimamente solo se habla de Vox y de la suplencia de Isco) y, excepto para su familia y allegados, ya está olvidado. Los demás, a esperar que salgan móviles ultramodernos para presumir, sacar pecho y? pongan ustedes lo que quieran, me temo que siempre se quedaran cortos.