Hace tiempo conocí a un actor italiano; un poco distraída acudí a la presentación de su última película. Una frase suya que leí en un periódico me revolucionó de tal manera, que empecé a detenerme en cada artículo que encontraba sobre él. Mi amigo Santino es un periodista que vive en Milán, estaba informado de mis "desvaneceres", por lo tanto, al saber que Piero presentaba nueva película, me avisó. Nunca en vida he sentido que unas escaleras pueden resultar la cuesta más escarpada... Pero aquella noche en Milán , lo sentí. ¿Saben? El lenguaje de las escaleras consta de cierta inseguridad, a veces, los sentidos se desvían de camino y pisas con el tacón deformado sobre la palabra que está por pronunciar. Tuve suerte, con elegancia subí las escaleras, y entré en una sala abarrotada de gente y medios de comunicación. Con la corrección que un acto así implica, pregunté por mi asiento, un señor muy educado me lo mostró. Me senté; qué hábil el cuerpo, enfrascado en la emoción, tratándose de una cuestión así, y quedó encajado en la butaca. Ni a propósito lo hubiera conseguido. Al rato, de igual modo que representa los papeles , apareció en el lugar entre aplausos y suspiros... Examinando con ligereza cada rincón de la sala, y con la importancia justa, llegó a una mesa colocada al fondo. Sí, allí se sentó...

Durante una hora fijó sus pensamientos en la nueva película. Mientras él hablaba, yo acarreaba las molestias de encontrarme con sus ojos continuamente. Sí, a veces los calores llegan a la velocidad de la confusión. ¿Qué estaba pasando? ¿Me estaba mirando? Al terminar la presentación, busqué con la mirada a mi amigo, pero la excesiva afluencia de gente me dificultaba localizarlo. Sin inquietarme salí al pasillo; al costado izquierdo había una puerta, y por confusión, buscando un lugar para fumar un cigarrillo, aparecí en un "lugar" lleno de canapés y champán. En ocasiones la vida juega a el sin sentido, pero juega bien. Sí, ahí estaba él aparentando tranquilidad con un grupo de gente. Me disculpé, y en cuestión de segundos me di la vuelta para marcharme. Al momento de reconocer la puerta de salida, sentí el calor de una mano sobre mi hombro. Me giré y era él... Qué sensación sentí al mirarlo; mis piernas son vigorosas, pero el día de marras me temblaban. Hablamos y hablamos, además en italiano , un idioma que te arroja a lo prohibido a la primera de cambio. Al engendrar la despedida nos dimos los teléfonos; difusamente se advertía prisa: en las despedidas un adiós es impaciente tiempo de espera.

Al regresar a casa, después de mucho rato apareció mi amigo, fumé un cigarrillo y me puse a pensar... Me acosté, sonó el teléfono, era él. Hablamos un buen rato; con la claridad de las personas que perciben la vida con la nunca descansada vivencia. Desde aquella conversación, hemos acumulado otras tantas, amontonando deseos verbalizados pero nunca consumados. Hace dos semanas con la fuerza de las ganas decidimos vernos en España. ¿Y a qué no saben lo que hemos hecho? Es inútil querer alcanzar el poder de la imaginación, por lo tanto, escriban ustedes el final del relato.