Menos mal que mis hijos ya son grandes, porque no sé si soportaría cargar sobre sus hombros la responsabilidad que conllevan los juguetes de hoy en día. Cuando yo era pequeña, si quería dejar a mi muñeca dos semanas en un rincón no pasaba nada. Podía cambiarle el vestidito ocho veces en dos horas y luego ignorarla durante días para encontrarla igual; sin rencores. Ahora no. Ahora los niños son esclavos de sus juegos. Entre los juguetes con sentimientos de películas como Toy Story y la cada día mayor tendencia a hacerlos interactivos, no va a haber quien los deje en el baúl. No hay más que mirar algunos de los muñecos más de moda esta temporada a los que hay que cuidar, dar de comer, tapar, destapar, cambiar de ropa y abrazar varias veces a lo largo del día para que no enfermen y se mantengan felices. Es como los huevos Tamagotchi, aquellos que triunfaron hace años pero con adorables formas de bebés, con lo que permitir que el tuyo se ponga malo por no darle la papilla a su hora puede dejar sin dormir por mala conciencia al niño o a la niña más insensible.

No quiero pensar en el trauma que se le puede quedar al crío si el muñeco acaba apagándose por falta de cuidado aunque, por otro lado, es una forma de prepararlos para el futuro desde una tierna edad. ¿O qué me dicen si no de otros de los juegos estrella de esta temporada? Ahí está el Caca-Chaf, en el que hay que atravesar un camino con los ojos vendados sin pisar los montones de cacas repartidos a lo largo del trayecto. O el Monopoly Tramposo, que es como el de toda la vida pero en el que se alienta a los jugadores a hacer trampa, se permite robar dinero y se admiten los negocios turbios aunque es fundamental que el resto de jugadores no te pille para no acabar en la cárcel. Y es que, como dicen los expertos, de lo que se trata es de aprender jugando.