Robert Habeck, colíder de Los Verdes alemanes, se ha dado de baja en las redes sociales por considerar que ejercen una influencia negativa en la política y porque le hacen más agresivo y más dado a la polémica. En un rarísimo ejercicio de autocrítica (a ver si aprenden muchos por estos pagos), quien está considerado como la nueva estrella de la política teutona cree que la susodichas redes sociales, sobre todo Twitter, limitan la reflexión y entorpecen la labor política por su capacidad de modelar tanto al mensaje como al mensajero. El señor Habeck viene a decir que cuando se pone a escribir en las redes sociales no es él mismo, sino otro menos sereno, menos racional, más visceral y más dado a la bronca, algo que va contra su carácter y su manera de entender la vida. Su decisión, sorprendente y radical, se produce en un momento en el que las encuestas sitúan a Los Verdes como segundo partido en intención de voto, solo detrás de la formación de Angela Merkel y a Habeck como el segundo político más valorado por la opinión pública.

Al explicar su abandono de las redes sociales, Robert Habeck destaca que Twitter le "desorienta", le "desconcentra" y alimenta su vanidad, especialmente cuando recibe mensajes laudatorios tras alguna intervención televisiva o una toma de postura. Y no quiere que le ocurra porque la influencia de esos tuits se convierte en "una especie de autocensura y hace que los políticos acaben hablando como quiere el medio y pensando en triunfos inmediatos en lugar de estrategias a largo plazo más calibradas". Estas palabras son, a mi juicio, el contrapunto a lo que está sucediendo con Trump, Putin, Orban, Erdogan, Maduro, los del Brexit, Salvini, Le Pen y los populistas españoles de uno y otro signo, que han convertido las redes sociales en un campo de batalla demagógico donde reinan las mentiras, las noticias falsas, las paparruchas y los bulos infundados. Eso sí, en pocas líneas y con lemas contundentes y simplistas. Nada de reflexiones serias, ni análisis rigurosos, ni propuestas realizables, ni programas destinados a mejorar la vida de las gentes. Se trata de revolver las vísceras, de sembrar desconfianzas y odios, de dividir a la sociedad entre buenos y malos, de exacerbar los egoísmos y de convertir a los ciudadanos en borregos bajo banderas, eslóganes y demás artificios supuestamente patriotas.

Estoy seguro de que son muchos los que comparten la opinión del colíder de Los Verdes alemanes, pero no se atreven a dar ese paso y, muchos menos, a detallar porque lo hacen. Nadie, o casi nadie, se arriesga a despotricar en público contra las redes sociales para que no le tachen de retrógrado, de enemigo del progreso y de no sé cuantas cosas más. Habeck ha sido valiente en su renuncia y también en su denuncia. Además, ha añadido su desconfianza en las redes sociales tras ser una de las miles de víctimas de la filtración, precisamente a través de Twuitter, de datos personales y familiares. Lo hizo un joven hacker porque estaba enfadado y quiso "vengarse" de personajes públicos conocidos: políticos, empresarios, deportistas, artistas, escritores? Hay quien considera estas cosas como "fruta del tiempo", casi como inevitables. Otros, en cambio, han advertido del peligro que supone para la privacidad de los ciudadanos. Algo así como ya no estamos seguros de nada, ya no podemos fiarnos ni del aire que respiramos; nuestros datos andan por ahí, los manejan cuatro y pueden volverse contra nosotros a la mínima o si caen en manos de mala gente o de chantajistas.

¿Cómo defenderse? Tal vez no baste con la simple denuncia o la decisión de abandonar las redes sociales, pero es un primer paso. Al menos, que los amos y manipuladores de esas redes sepan que el personal no se chupa el dedo y que puede rebelarse, como ha hecho alguien con tanta proyección pública como Robert Habeck, quien ha señalado también que Twitter es más agresivo que cualquier otro medio digital y que no hay otro medio con tanto odio y malevolencia". Y agrega, y lamenta, que su uso le produzca desconcentración y falta de profundidad en sus reflexiones y respuestas. Todo, hala, tiene que ser rapidez, contestaciones a espetaperro, frases sin sustancia, insultos anónimos y otras lindezas. Pero, desgraciadamente, eso es lo que se lleva y me temo que el ejemplo del político alemán no va a tener muchos seguidores. Mejor jalear las barbaridades de Trump o Putin o poner a parir, sin dar la cara, a los que piensen distinto a nosotros, y además lo digan.

En fin, que me voy a Facebook a arrear estacazos. ¿A quién? Ya veremos.