Hace un par de días acudí a urgencias, nada importante, ya saben, el invierno es precepto de gripe y una persona cercana está con las fatigas propias de la tos y el esplendoroso verdear de los mocos.

Llegamos bastante tarde, al entrar la persona a la que acompañé se acercó al mostrador de admisión; después de relatar la actividad de su salud, lo mandaron pasar. Mientras, yo me quedé sola en la sala de espera. Al rato, rodeada de silencio, me puse a pensar... Hay puertas qué nunca se cierran. Por supuesto, alrededor de ellas nace la humanidad y la cooperación. Hablo de las Urgencias Hospitalarias, Policía Nacional, Policía Local, Bomberos, Guardia Civil, Protección Civil, Salvamento Marítimo... Ya, muchas personas dirán "es su trabajo". Estoy convencida que muchos trabajos son cántico de vocación, hay un vínculo importante entre las convicciones y la disposición. Escoger ayudar a los demás es la forma más tenaz de entrega. Por supuesto, son trabajos, pero hay muchas formas de ejecutarlos.

Quien conoce bien el sufrimiento sabe la importancia que tiene encontrar desconocidos que, con temperamento cercano, son refugio y comprensión. Al rato de estar allí, pude pasar dentro, me senté junto a la persona que acompañaba; qué curioso: junto a su cama continuaban las reflexiones. Al lado de nuestro box se encontraba un señor mayor, sin necesidad de escuchar oía todo: es lo qué tiene el silencio, nos arroja a los razonamientos sin pretenderlo. No sabía yo que en las Urgencias Hospitalarias se escondían tantos tesoros; me pareció precioso el cariño con que le hablaban las enfermeras y los médicos. Siempre hay personas que son nostalgia de queja, y sin razonar, hablan y hablan... Pero la vivencia convence más que la palabra; es flor perenne que nunca se mustia. A determinada edad, humilde opinión, la vida deja de ser un soliloquio apasionado y se convierte en espera, pienso que las fatigas dejan de ser razones y solo queda el roce, la caricia, el beso, la mirada. Créanme que la otra noche el señor que estaba en el box de al lado tuvo relación con los ángeles...

Cuántos portazos recibimos a lo largo de la vida, y qué tranquilidad nos proporcionan las puertas que nunca se cierran. Vivimos en una sociedad que tiembla de soledad, con frecuencia no valoramos lo grave que es sentirse en peligro y no tener a nadie, nuestro sentimiento de inmortalidad nos ofusca de tal manera que muchas veces no vemos a las personas que dan la vida por nosotros. Somos así... Así de simples.

Qué bonitas son la facciones de las puertas que no se cierran, son una fastuosa ceremonia de humanidad. Las personas que nos abrazan sin obligación son nuestra familia. ¿Entonces? Terminen ustedes el artículo.