En la España política ha desaparecido la expresión "escaño garantizado", un término degradante que aseguraba la perpetuación salarial de los peores políticos de la historia. La reducción a la mitad de las perspectivas electorales de PP y PSOE ha estrechado los márgenes económicos para los profesionales del cargo. Algunos aspirantes migraron preventivamente a Ciudadanos, y ahora han descubierto que huyeron demasiado pronto, porque el partido de referencia es Vox. Otros permanecieron demasiado tiempo en las filas populares, y les produce cierto sonrojo desplazarse hacia la ultraderecha moderada.

Vox es el partido soñado por numerosos cargos de PP y Ciudadanos, porque ha simplificado su mensaje. El trabajo del antiguo centroderecha consistía en disimular las sospechosas coincidencias con el partido ultraconservador, a menudo bajo la excusa de apaciguar a un electorado mas cimarrón que sus diputados. Ahora resulta que el original reclama sus derechos a la copia, planteando un dilema existencial a candidatos que se encontrarían más a gusto y con mejores perspectivas en el seno del recién llegado.

El dilema de la política española es cómo saltar a Vox con garbo desde el PP, o desde Ciudadanos. Para facilitar estos tránsitos sin sonrojar a sus protagonistas, procede decretar un mes de tiempo muerto, como la ventana de fichajes que acuerda el fútbol para su mercado de esclavos.

Durante esta amnistía ideológica, no se reprochará a los saltimbanquis la búsqueda de un acomodo más feliz entre los casilleros ultraconservadores, sin que pueda descartarse que Rivera culmine su sueño de desembocar en la presidencia del PP, al tiempo que Casado pueda cabalgar los briosos corceles de Santiago Abascal. Culminado el baile de disfraces, se entenderá mejor que los mediocres de Vox prosperan porque cuesta distinguirlos de sus equivalentes de PP y PSOE.