Me parece mentira que hayan pasado 60 años, toda una vida. Aquel día estábamos esperando que se reanudaran las clases en la escuela, después de la festividad de los Reyes Magos que cierra el periodo navideño. Allí los reyes no dejaban siempre juguetes porque era un pueblo alejado y llegaban muy pocas veces. Pero habían sido unas fiestas maravillosas, llenas de alegría. El coro de las jóvenes habían cantado más villancicos que nunca, ensayados por las noches en casa de don Plácido el cura del pueblo, Pepa había entonado como los ángeles el "Incarnatus" arropada por el resto de las estupendas voces de las otras mozas; muchos días había habido baile, los niños habíamos pedido el aguinaldo a los vecinos y habíamos celebrado Reyes con una merienda fraternal, con regocijo y bulliciosa alegría. Los padres que trabajaban fuera, casi todos, porque ya se habían acabado en el pueblo las obras de Moncabril, habían venido a pasar esos días con la familia. Además habíamos tenido una fiesta extra: Bernarda y Jesús se habían casado el día 3 de enero. Los visparros, la mascarada más típica que pedía " Xixos pal garabito" ya no se representaba entonces, habían empezado a abandonarse algunas tradiciones. Pero había muchas actividades divertidas.

En las cocinas, se habían quemado troncos de "Xiñibreira" para calentar al Niño Jesús dejando en las casas y en el ambiente el aroma delicioso de ese arbusto de nuestros montes. Los pastores en esta época del año iban con las vacas para Forniellos y Sourriba , lugares soleados y con buenos pastos y en sus canastas y fardelas llevaban el Torrédeno, un complemento que mejoraba la merienda algunos días festivos, normalmente aderezo de chorizo o algún bocado exquisito de la carne reciente del cerdo.

Las matanzas ya se habían celebrado y muchas mujeres andaban elaborando los ricos productos derivados, sobre todo las morcillas de miel, excelente embutido hecho con caldo de huesos del cerdo, pan de centeno y miel de cosecha propia. Quizá herencia de los moros, mezcla de salado y dulce. Era lo último que se hacía después de poner los jamones en sal y los chorizos colgados para su conservación posterior. Todo era alborozo y vida.

Solo un acontecimiento ocurrido unos días antes de Navidad había dejado una sombra en el horizonte que no había pasado desapercibida, sobre todo para nuestros padres: Obdulio, joven padre de 29 años, había muerto de silicosis, la enfermedad del túnel, la primera que se había reconocido como tal porque sus familiares fueron advertidos por algún médico amigo de que no debían aceptar el diagnóstico de tuberculosis que querían imponerle para ahorrarse la pensión a la viuda.

En aquel momento había ya muchos hombres enfermos, aunque aún sin diagnosticar, pero no lo sabían o preferían ignorarlo. Y aparcaron aparentemente la preocupación aquellos días. Pero se abrió un interrogante nuevo para ellos y sus familias, ¿Sería ese el destino de todos los que habían trabajado en los túneles de Moncabril? Desgraciadamente las dudas se despejaron poco después cuando empezaron a caer uno por uno hasta morir casi todos en las décadas de los años sesenta y setenta. Forman parte de las víctimas, no podemos olvidarlos.

Fueron unos días lluviosos estos del final de las Navidades. El día 8 de enero, llovió mucho y estuvo muy nublado. Gloria, Julio y Olinda, volvieron a casa de noche porque entonces nadie llevaba reloj, se orientaban por el sol pero como no lo había y estaba oscuro no pudieron controlar la hora. Estaban cerca del cauce del Tera en el tramo alto y cuando se dieron cuenta era casi de noche: La Noche trágica. Olinda venía muy preocupada porque su madre la iba a reñir por llegar tan tarde a casa. Fueron las últimas personas y animales que transitaron por aquel camino precioso hecho unos veinte años antes por la orilla del Tera en un entorno espectacular que nadie volvería a ver. Desapareció para siempre dos o tres horas después de pasar ellos. Tampoco volveríamos a ver a Olinda, ni a los padres de Gloria, ni a los tíos de Julio.

Cada víctima se llevó su historia y una parte de la nuestra, y su marcha supuso el fin de aquella vida que se rompió para siempre esa noche. Luego se intentó anudar pero fue imposible, comenzó otra muy distinta, sin cantos, sin fiestas, con pena, en otro lugar aunque fuera el mismo sitio, y sobre todo sin ellos, nuestros queridos y recordados vecinos y amigos. Para muchos. Padres, hermanos hijos, abuelos?Es desolador, insoportable, perder de golpe tantos seres que han formado parte de tu infancia, de tu vida y ser de un lugar que ya no existe más que en nuestra mente. Lo que hacía pueblo ya no es.

Los familiares supervivientes cargan con el peso de tanto dolor, con el trauma, en un mundo que perciben como muy hostil. El tiempo no ha borrado ni un ápice el recuerdo que cada uno de nosotros tiene de los que se fueron, es un pasado muy presente y la tristeza se hace más profunda cada día.

Gracias a tantos amigos que con su apoyo y sus gestos nos alientan y los recuerdan con nosotros. Estos días junto al muro de la presa rota han lucido unas estrellas en forma de velas depositadas por un grupo de montañeros que cada año les rinden este homenaje y junto a ellos un grupo de música ha cantado allí el poema de la "profecía" de Unamuno.

Otras muchas personas estos días también le rinden respeto y agradecimiento con su recuerdo.

Todas las víctimas, las que perdieron su vida en las obras, las que desaparecieron la noche de la Tragedia y los que murieron después de la cruel enfermedad, estarán siempre en nuestro corazón y en nuestra mente.

A mí me alivia la esperanza de volver a encontrarnos todos un día allí entre las estrellas de la noche que se reflejan en el Lago.