Si usted tiene un plan de pensiones en el que en 2018 ha perdido la mitad de lo que ha puesto, no se apure: es por la volatilidad. Esto es lo que me dijo el señor del banco donde tengo el mío.

-La volatilidad, amigo.

Permanecí unos segundos a la espera de que desarrollara el tema, pero no había tema que desarrollar. La volatilidad es la explicación. Volatilidad. Tal debería ser la palabra del año, con independencia de lo que digan las encuestas o la RAE. La volatilidad suele aplicarse a los mercados financieros, pero puede usarse en otros territorios de la vida cotidiana. Según los politólogos, por ejemplo, el voto también es muy volátil. Y el amor es volátil, y la solidaridad y la justicia. Pocas cosas más volátiles que la justicia. No digamos el puesto de trabajo, que puede desaparecer en lo que te afeitas. Lo bueno, ya digo, es que el término volatilidad constituye en sí mismo un sistema filosófico, una forma de vida, una concepción del universo.

-He perdido una muela.

-La volatilidad dental, sin duda.

Volviendo a los planes de pensiones, piensa uno que alguien debería ponerlos a salvo de la volatilidad. No se puede recomendar a la población que se los abra para arruinarse, aunque se arruine en nombre de la volatilidad, que parece una nueva patria o una nueva religión, no sé, una de esas entelequias por las que la gente da la vida. Resulta que uno se dice: voy a hacer caso a los gobernantes, que vienen insinuando desde hace años la necesidad de completar la jubilación con el ahorro personal. Te acercas al banco de la esquina, pues, hablas con un señor muy trajeado y le expones la cuestión.

-He decidido abrirme un plan de pensiones como complemento a la jubilación.

-Hace usted muy bien, es muy sensato.

Te extienden una alfombra roja para que firmes el dichoso plan de pensiones, pero cuando acaba el año y lo repasas, resulta que ha desaparecido la mitad de lo ahorrado.

-¿Y esto? -preguntas al experto bancario.

-La volatilidad, amigo -te dice con una sonrisa.