Pedro Sánchez le ha cogido saborete al poder. Le va esa marcha. Una marcha de altos vuelos que pasa, no por el tren extremeño que deja a la gente tirada un día sí y otro también para vergüenza de Renfe y Fomento, si no por los helicópteros del Ejército del Aire y el Falcon presidencial que al paso que lleva acabará utilizando para ir a comprar tabaco a la esquina de Moncloa. Las vacaciones del presidente del Gobierno, las vacaciones de Sánchez, si es que no ha habido bilocación, han sido unas vacaciones de rey, de auténtico rey. Ríase usted de Juan Carlos y Felipe.

Después de pasar las vacaciones de Navidad en la finca de Las Marismillas, en el Parque Nacional de Doñana, propiedad de Patrimonio del Estado, una de las ubicaciones vacacionales elegida en infinidad de ocasiones por otro presidente socialista, Felipe González, tenía que elegir otro destino para el fin de año. Como ya tiene muy visto el palacete de la Moncloa donde actualmente vive como inquilino ocasional, Pedro Sánchez quiso poner una mayor distancia, se cogió a la mujer, a las hijas, al perro, a familiares y amigos y se fue con viento fresco a Lanzarote dispuesto a pasar unas más que apetecibles vacaciones de Nochevieja. Como todos los españoles.

Que nadie piense que se fue a un hotel de lujo de los muchos que se levantan en la isla canaria y al ser privadas, tirando de su peculio particular, no. Para esta ocasión el destino elegido fue la residencia de La Mareta, la paradisiaca casa de Lanzarote que el Rey Hussein de Jordania regalo a su buen amigo el rey Juan Carlos de España en 1989. El entonces monarca español, para que luego digan, la donó a Patrimonio Nacional. Ningún presidente, ni de la izquierda ni de la derecha bipartidista había querido utilizarla por las connotaciones que el susodicho palacete tiene. Una ubicación espectacular con helipuerto, piscinas, en plural, instalaciones deportivas, salida directa al mar y no sé cuántas nimiedades más.

Y porque en el año 2000, en una de las contadas ocasiones en las que el Rey Juan Carlos la utilizó, precisamente para celebrar también el fin de año con toda la familia, doña María de las Mercedes, madre del rey emérito, falleció durante la estancia. La Familia Real, jamás volvió a la finca. Pedro Sánchez desafiando todos los gafes habidos y por haber y para no dejarse nada por usufructuar, comió allí las uvas, en la mansión que fue de un rey que regaló a otro rey, para que luego hablen mal de la Corona.

Mal el lugar elegido, ya digo, por las connotaciones. Peor fue la puesta en escena, al estilo presidente americano, al más puro estilo Obama. Una fila de coches monovolumen negros de lunas tintadas como los que utiliza la CIA y al descender los miembros de la familia real, quise decir presidencial, una de las niñas con perro, como los presidentes yanquis. La manifiesta torpeza de Sánchez eligiendo sus destinos y utilizando lo que otros presidentes no han utilizado o han sido comedidos en su utilización, como el Falcon, lo pone constantemente en el punto de mira de la crítica más ácida que procede de propios y extraños y que da argumentos a quienes ponen el acento en esa pasión desmedida de Sánchez por ser, vivir, sentirse y viajar como un rey, cuando no como un presidente yanqui. Monarquía y capitalismo, lo más odiado por la izquierda patria y lo primero a lo que se entregan sin tapujos en cuanto tocan poder.

En honor a la transparencia que tantas veces ha pregonado, el rey Felipe VI decidió desprenderse de La Mareta en 2015. Patrimonio decidió ampliar su uso para promocionar los intereses turísticos de la zona pero no con el presidente del Gobierno de turno como invitado.