El envejecimiento es la única forma conocida de no morirse. La alternativa siempre suele ser peor. El escritor israelí Amos Oz, premio Príncipe de Asturias de las Letras y eterno aspirante al Nobel, había envejecido de manera digna queriendo que lo recordásemos exclusivamente por sus libros.

En ellos perdurará la idea de convivencia entre los seres humanos que defendió con coraje y convicción. De hecho Oz significa coraje en hebreo.

Revisar nuestro papel frente a la gran tragedia de la historia tan recientemente vivida, fue una de sus obsesiones intelectuales. Igual que la necesidad de reconocer el papel de los judíos en Centroeuropa, esa Europa maniqueísta que igual que si fuese una institutriz señala cada vez que le conviene con el dedo a Israel. El Holocausto es el mayor precedente del odio planificado de nuestra era, olvidarse de ello no ayuda precisamente a entender algunas de las cosas peores que ocurren.

Oz murió en Jerusalén a los 79 años, de un cáncer, sin ver una solución real de paz entre israelíes y palestinos.

El italiano Primo Levi, también escritor, referente moral de Amos Oz y superviviente del horror de Auschwitz, dejó escrito: "El antisemitismo es un fenómeno de la intolerancia. Para que surja una intolerancia hace falta que entre dos grupos en contacto exista una diferencia perceptible: puede ser física, negros y blancos, rubios y morenos, pero nuestra complicada sociedad nos ha hecho sensibles a diferencias más sutiles como la lengua o el dialecto, la religión, la manera de vestir, los hábitos públicos o privados". Todos, sin excepción, sabemos ya de lo que hablaba Levi. Volvemos a padecerlo.