A medida que nuestra existencia avanza, las emociones se van triturando. El curso de la vida, en un determinado momento, te sienta frente a la ventana de la madurez. Sí, la misma que al asomarte, muchas veces, te lanza contra el recuerdo y te pone bruscamente de pie junto a la infancia. El respaldor más sosegado de la Navidad son los niños y los abuelos...

Los anhelos de alegría, a menudo, inventan fábulas apasionantes, para justificar la distancia y la lejanía. Los reencuentros, no siempre deseados, nos hacen ver muchas cosas: buenas y malas. La severidad de la distancia, nos habla de sangre, cariño y amor. Pero debemos aceptar, que toda distancia es un empeño de futuro, por lo tanto debemos respetar la evolución de las personas, y no montar en las mesas comisiones rogatorias. Es bueno recurrir a la prudencia, y entender, que cada familiar es un verso propio dentro de un gran poema. Las tradiciones albergan mucho del ser y también del no ser.

En cada cena se transparenta el carácter de los comensales. Es fácil advertir, los temas que es mejor no tocar, se me ocurren dos: política y fútbol. Es mejor hacer un chiste con un mejillón, con un polvorón, con un besugo, con... Qué ponerse a discutir durante la cena de Nochebuena, no, no merece la pena.

Los brindis me gustan, en otras épocas "Soberano era cosa de hombres"; desde ayer es cosa mía . Me encontré con el señor Anselmo, un hombre dominado por la sabiduría, sí, sus reflexiones no están gastadas por los años, con gentileza me invitó a tomar "algo". Al entrar en el bar, sin preguntarme, le dijo al camarero: "dos copas de Soberano"; entendí que una era para mí. No le dije que mi estomago no estaba preparado para festejar con "fuego". Nos sentamos y comenzamos a hablar. Las personas mayores son luz macerada de vida, al revivir las cosas emocionan, me habló de la Navidad, impactando contra la copa las lágrimas de sus ojos. Me dijo: "Desde que falleció mi María, nada es igual, era la vaporosa esencia de la Navidad". Qué bonito es el amor que no tiene en cuenta la presencia. Ante tales reflexiones, lo mejor, es agarrarse con fuerza a la copa de Soberano, y darle un buen trago, así lo hice... Pasé junto a él un buen rato y después me marché. De regreso a casa, para no ir sóola, me puse a caminar junto a Mariano José de Larra, recordé cada una de sus palabras: "El número 24 me es fatal: si tuviera que probarlo diría que en día 24 nací. Doce veces al año amanece sin embargo un día 24; soy supersticioso, porque el corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer; sin duda por esa razón creen los amantes, los casados y los pueblos a sus ídolos, a sus consortes y a sus Gobiernos, y una de mis supersticiones consiste en creer que no puede haber para mí un día 24 bueno. El día 23 es siempre en mi calendario víspera de desgracia, y a imitación de aquel jefe de policía ruso que mandaba tener prontas las bombas las vísperas de incendios, así yo desde el 23 me prevengo para el siguiente día de sufrimiento y resignación, y, en dando las doce, ni tomo vaso en mi mano por no romperle, ni apunto carta por no perderla, ni enamoro a mujer porque no me diga que sí, pues en punto a amores tengo otra superstición: imagino que la mayor desgracia que a un hombre le puede suceder es que una mujer le diga que le quiere. Si no la cree es un tormento, y si la cree? ¡Bienaventurado aquel a quien la mujer dice "no quiero", porque ése a lo menos oye la verdad!". ¿Saben? Es bueno no intrigar a la hipocresía, pero también es bueno ser felices (aunque sea una vez el año) o dos... Disfruten, desgraciadamente, en enero volveremos a ser los mismos. Supongo que a ustedes también les pasa, en Navidad se acuerdan de mí personas que durante el año no sé nada de ellas, y lo cojonudo del caso es qué ni tan siquiera se esfuerzan en escribirme algo personalizado; llevo días recibiendo whatsapp, y oigan, todos son iguales. Ojalá recuperáramos un pedacito de la Navidad de antaño, qué ingeniosas eran las felicitaciones que se enviaban por correo, igual que las de ahora... Idénticas (sonrío).