Cuando mi autobús llegó a Zamora el lunes, Laura todavía podía estar viva. La esperanza nos duró exactamente un plato de arroz con bacalao. Antes de abrir las cuajadas, daban la noticia que nadie quería escuchar en el canal 24 horas de TVE. Del temor nervioso al dolor confirmado en unas veinte o treinta palabras entre el enésimo capítulo del Brexit y la infinitud de la crisis política catalana. Todo eso que los medios nos presentan como tan urgente y tan importante dejó de importar. Supongo que en el mundo han pasado muchas cosas apocalípticas esta semana, pero el mundo de esta ciudad se detuvo con la vida de Laura Luelmo.

En estos días, en las casas, en los bares, en las calles, hemos compartido tristeza, rabia, indignación, lágrimas, impotencia, frustración, odio. Intercambiamos elucubraciones como si tuviéramos el poder de volver atrás en el tiempo y evitar el horror. Todas las conversaciones llegan a un punto muerto, porque no hay varitas mágicas. Ni para salvar el pasado ni para proteger el futuro. No hay nada, ni promesa ni acción urgente, que pueda garantizarnos que un hecho tan injusto, tan brutal, tan profundamente inhumano, vuelva a suceder. Y en ese vacío tan helador temblamos todos esta Navidad.

Cuando estudias periodismo, te enseñan que hay varios elementos que hacen que una noticia lo sea más. Uno es la cercanía, nos importa lo que nos rodea. Empatía y egoísmo: le ocurrió a otros como yo, podría ocurrirme a mí. Otro es que tenga consecuencias. Creo que el ejemplo clásico era un terremoto. Un seísmo fuerte es noticia cuando ocurre, pero es aún más noticia cuando comienzan a cuantificarse los heridos y muertos, cuando trascienden las historias personales, cuando seguimos las vidas a la intemperie de los que lo perdieron todo.

Un asesinato como el de Laura Luelmo es cercano para nosotros, que compartimos con ella barrio, pueblo, ciudad. Es cercano para las mujeres, que compartimos con ella este género con el que es más peligroso salir a la calle, quedarse en casa, vivir. Es cercano para este país acostumbrado ya a comer y cenar violencia machista en el informativo. Un asesinato como el de Laura Luelmo -no mueren, las matan- tiene consecuencias. Para sus seres queridos, a los que les debemos el respeto en el duelo y la solidaridad más pura que alberguemos. Pero también para ti, para mí, para el otro.

Cuando ocurre algo tan absolutamente horrendo, se rompe un elemento vital: la confianza. Si salimos de la cama cada mañana, vamos al trabajo en invierno y ponemos bolitas horteras a un pino de plástico una vez al año es porque confiamos en que esas cosas no pasan. No se puede vivir pensando que va a ocurrir algo así, nos decimos. Por eso dejamos de vivir un poco cada vez que una Laura muere. La matan.

Por donde no hay confianza, campa a sus anchas el miedo. Estos días, en nuestras calles, en nuestros bares, en nuestras casas, los niveles de miedo están más altos. Las calles sin gente parecen más vacías, las diez de la noche parecen más oscuras. Nuestro barrio, el barrio de Laura, es un escenario plausible de los peores azares. Bajar a por la lotería al bar de la plaza después de cenar no parece, por un momento, la idea más brillante.

Pero bajamos. Con un paraguas largo aunque no llueve, pero bajamos. Bajamos igual que salimos de la cama cada mañana, igual que vamos al trabajo en invierno, igual que ponemos bolitas horteras a un pino de plástico una vez al año. Bajamos porque el día que no bajemos lo habremos perdido todo mientras el miedo se burla de nosotras desde la tierra tomada.

Bajamos, salimos, corremos aunque sabemos que todas podemos ser Laura porque aunque no bajemos, no salgamos, no corramos; aunque no bebamos, aunque nos tapemos hasta las cejas, aunque tengamos todo el "cuidado" del mundo sabemos que todas podemos ser Laura. Porque no nos matan por bajar, por salir, por correr. No nos matan por beber, por llevar la falda más o menos corta, por actuar así o asá. Nos intimidan, nos acosan, nos maltratan, abusan de nosotras, nos violan, nos matan por ser mujeres. Y si no reconoces esto, tú también nos estás matando un poco.