El pasado día 18, las autoridades chinas (lideradas por su presidente, Xi Jinping) celebraron el 40º aniversario del Gaige Kaifang o proceso de Reforma y Apertura, emprendido en 1978 bajo el mando de Deng Xiaoping para abrirse al mundo y desarrollar un modelo de capitalismo autoritario, bajo el control del Partido Comunista.

Cuatro décadas después, los resultados del cambio han sido espectaculares: el PIB per cápita ha pasado de 56 a 8.630 dólares, la esperanza de vida ha aumentado nueve años (de los 68 a los 77) y, sobre todo, 700 millones de chinos han abandonado la pobreza (de manera visible, en el mundo rural). Datos como este último deberían ser suficientes para contrarrestar el agorerismo reinante (especialmente, en el Primer Mundo), en el sentido de que el mundo va mal.

Y es que, tal como se apunta en Factfulness, libro recientemente publicado en castellano, escrito por el fallecido médico y estadístico sueco Hans Rosling, el planeta va bastante mejor de lo que creemos, si nos fijamos en datos objetivos. Por ejemplo, a muchos quizá les sorprenda saber que la pobreza mundial se ha reducido a la mitad, desde que empezó el siglo; que el 80% de los niños de todo el mundo están vacunados o que ese mismo porcentaje de personas goza de electricidad, en el conjunto del planeta.

Entonces, ¿por qué no somos conscientes de ello? Aparte de los sesgos (los medios ofrecen más cobertura a las malas noticias que a las buenas), es probable que no nos guste saber que la mejora del resto del mundo (especialmente, en países asiáticos) va acompañada de retrocesos relativos en el bienestar de los narcisistas y aún boyantes occidentales. Haríamos bien en pensar en ello, durante estas Navidades.