Pronto sólo entrarán en las ciudades los coches limpios. Decir don limpio es decir don nuevo, y decir don nuevo es decir don próspero, don pudiente. El menos pudiente o el pobre, que no puede pagarse el cambio de carro para ser don limpio, se quedará fuera de las urbes, o a lo sumo en los suburbios, o sea, en lo inferior de la urbe. Ésta es la cara oculta de la luna, la parte de la historia tapada por la costra pulcra y brillante de una necesaria política ambiental. En la proscripción drástica y despiadada del coche apestoso, que pasará a ser apestado, se entrevera cierto aire viciado de clasismo de toda la vida, pues coche y persona están hace ya mucho tan unidos como la hiedra al árbol. Así que el daño moral colateral del aire puro en las grandes urbes se llama aporofobia. Hay que hacerlo, sin duda, pero midiendo mejor tiempo y modos. En otro caso oirán rugir la marea (amarilla).