Torra está buscando muertos. Siempre tuvo un aire como de enterrador, si bien su misión era resucitar el procés, que aparte de ser un complicado asunto político está deviniendo en un tostón. Lo malo es que hay tostones inofensivos, que su único peligro es ese, la pesadez. Pero el de Torra es una torrada peligrosa, abismal, que nos lleva, no como dice el lugar común al precipicio o al abismo, y sí a la fosa común. Muertos.

Torra no vive en Yugoslavia, vive en un estado democrático. Pero él insiste en estar (mentalmente) en Eslovenia mientras muchos de los que tendrían que actuar contra él están en Babia. Primero deberían combatirlo los de su propio credo. El independentismo tiene sacerdotes sensatos pero se les ha erigido un Papa díscolo y estrambótico, violento en su prosa y en sus declaraciones. Este Papa depende a su vez de un Dios descolocado, despeinado y belga, Puigdemont, que estás en los cielos. Y ahí te puedes quedar.

Puigdemont parece que sale menos en la tele, que al fin le están dedicando algo más de tiempo a Makoke en detrimento de este señor de Waterloo.

Torra se muestra partidario de la vía eslovena para Cataluña. Hay un resurgimiento de las búsquedas en Google acerca del conflicto de los Balcanes, cosa que de momento es mejor que las búsquedas sobre métodos para matar, compra de armas, insurrecciones, etc.

Torra ha desaprovechado el balón de oxígeno que suponía el Gobierno Sánchez, al que terminará asfixiando el independentismo. Huelga decirlo: cada burrada de Torra son miles de votos a Vox. Torra como gran líder aglutinador del nacionalismo español. Va a estar interesante, por usar un adjetivo suave, cuando el partido de Santiago Abascal logre escaños en el Parlament. Risas balcánicas aseguradas. Nadie le ha mentado todavía los muertos a Torra, que prefiere que sean otros los que los pongan. Si todo no tuviera también un punto triste sacaríamos aquello de que "los muertos que vos matáis gozan de buena salud", que nadie aclara muy bien si lo dijo Lope o Zorrilla. O sea, con la citada frase pasa como con los hipotéticos muertos, que nadie después, una vez muertos, podrá atribuirlos bien. Y menos si ya están putrefactos. Nadie quiere que el otro le diga "sus muertos". Ahí los tiene.

Qué añoranza del catalanismo moderado, muerto a manos de estos.