El afecto colectivo hacia la persona y la obra de un artista nunca pueden partir del desconocimiento. Más bien al contrario, esa labor, muchas veces silenciosa y que, si acaso, se revela por las marcas de las manos y la sabiduría intrínseca de la mente, acaba reluciendo por una distinción, un premio o, incluso, un gesto público de reconocimiento inteligente. Y algo de esto último es lo que alcanzo a percibir en una iniciativa de comunidad como es la exposición 'Los mejores de los nuestros. Luz y paciencia en los Premios de Castilla y León de las Artes'. Una muestra que, a través de 46 piezas, representa un merecido homenaje a los 18 artistas que, desde que nació el Premio Castilla y León de las Artes en el año 1984, han cosechado ese aplauso de sus conciudadanos a un trabajo meritorio en el ámbito de las artes plásticas. Pero supone mucho más que eso. Porque pone la mirada en la excelencia de un amplio grupo de artistas premiados en los campos de la pintura, la escultura y la fotografía, a la vez que se ahonda en los vínculos comunes de sus obras con una tierra excelsa en cualidades artísticas.

La exposición, que acoge el Monasterio de Nuestra Señora de Prado, en Valladolid, permite también recordar a un maestro de la pintura, el palentino Juan Manuel Díaz-Caneja, en el trigésimo aniversario de su fallecimiento. Una motivación propicia para organizar una muestra única y vibrante cuya recomendable visita no sólo será un regalo para los sentidos, sino un alimento indescriptible para el alma. Son casi un centenar de obras de artistas galardonados con el Premio Castilla y León de las Letras, como Baltasar Lobo, José Vela Zanetti, Luis Sáez Diez, José Núñez Larraz, Modesto Ciruelos, Venancio Blanco o el referido Díaz-Caneja, entre otros. Nombres todos ellos que evocan calidad artística y grandeza humana para dejar al gran público la capacidad de la admiración, de la sensibilidad y del enriquecimiento interior de la persona. Hasta el 28 de febrero podrá visitarse esta muestra que, como digo, viene a sumarse a una serie de programas que, con todo acierto, han puesto el acento en fomentar el conocimiento de los mejores de los nuestros. Y esto ya es de por sí el mejor pago hacia quienes compartimos paisanaje y cultura y, quizá, hasta el mejor premio para que todos conozcamos aquí la obra de estos artistas, muchas veces más laureados fuera que dentro.

Qué bien harían también las autoridades competentes si arbitraran para las nuevas generaciones, desde temprana edad, el conocimiento de la persona y la obra de quienes son ejemplo y embajadores culturales de Castilla y León en todos los continentes. No sólo ayudaría a mejorar la formación cultural de nuestros escolares, sino que a través de ello estaríamos favoreciendo el orgullo de pertenencia a un territorio que tanto ha contribuido históricamente al conocimiento universal y que sigue siendo cuna de destacadísimos representantes del mundo de las artes.

Hay, por suerte, una renovada inquietud por la Cultura, con mayúsculas, generando contenidos ciertamente atractivos y capaces de conectar al público con lo sustancial: la obra artística. Todo es mejorable, sin duda, pero asoma, para regocijo de todos, una línea de trabajo que prima la motivación, el anhelo, incluso la excusa perfecta, para acercar a la gente a los espacios culturales que reúne la Comunidad. Y ahí radica el éxito, en reinventar con programación continua nuestros museos y salas de exhibición para algo tan importante como es el descubrimiento personal del arte.