El 20 de agosto de 1940, tras la batalla de Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill, en su discurso a la nación en agradecimiento al éxito de los pilotos de la RAF, repitió la frase que días antes le había dicho al general Sir Hastings Ismay: "Nunca tantos en el campo del conflicto humano debieron tanto a tan pocos".

Pues bien, en la actual situación política nacional, con un Gobierno que ha accedido al poder, legítimamente, pero por primera vez en cuarenta años de democracia a través de una moción de censura sin programa de gobierno, sino simplemente aunando fuerzas dispares para desocupar al PP del Gobierno por los continuos casos de corrupción, y con el menor número de diputados en la historia del PSOE, y con un nacionalismo catalán exacerbado hasta rozar lo patológico que representa a menos de dos millones de catalanes, la frase de Churchill se me hace aciago presagio para tantos. Porque lo cierto es que ni el gobierno de Sánchez, ni el de sus antecesores desde la instauración de la democracia supieron, ni quisieron, poner coto al polvo del que vienen estos lodos catalanistas y solo le cabe a Sánchez frente a los anteriores Presidentes la ingenuidad, o la ambición de poder, de creer que el tema catalán era cuestión de aferrarse a la palabra diálogo como un náufrago a una tabla.

Casi cuatro décadas de balas de ETA, a quien se combatió desde casi todos los frentes, no han sido tan útiles para el separatismo vasco como los mismos años de control sin control del catalanismo de los medios de comunicación y la escuela. Y es ahí donde se han ido fraguando de manera progresiva, y me temo que imparable, los lodos del separatismo catalán y lo que traen consigo de desmemoria, falacia, y xenofobia; en definitiva, de adoctrinamiento hasta permitir por sus propios seguidores situaciones tan grotescas como que el gran líder esté exiliado en una mansión en Waterloo y no dando la cara en primera línea, aunque esta fuese la cárcel, de ese apreteu que Torra ha acabado llevando, por mucho que ahora se desdiga en parte, a proponer una guerra civil a la eslovena como vía de zanjar la cuestión, como si la guerra fuera un programa de festejos con horario de inicio y final feliz. A més a més, que dicen lo catalanes, ante esta situación Sánchez insiste en el diálogo ignorando que una de los principios capitales del mismo es que las partes quieran dialogar y respeten las reglas. Y aquí viene el error de Sánchez, porque los independentistas catalanes exclusivamente quieren dialogar de independencia con sus condiciones y en sus términos y lo que no sea aceptarlo tal cual es fascismo, opresión españolista y franquismo, lo que, obviamente, justifica cualquier acción, incluida la violenta de los CDR, como respuesta al Estado, ese Estado que aplicó un tibio 155 sin controlar ni a los mossos, ni los medios de comunicación, ni la escuela y que Sánchez se precipitó en levantar pensando en contentar al separatismo con lo que ellos mismo califican de migajas, aunque las cojan, claro, sobre todo si es dinero, para continuar haciendo su camino.

En este clima sería más que conveniente que el gobierno español leyese el magnífico ensayo de

Daniel Bernabé "La trampa de la diversidad", donde, entre otras cosas, plantea que cuando se gobierna pensando en atender las demandas de colectivos concretos, se olvida satisfacer las demandas de la mayoría. Y este sentirse ignorados de una inmensa mayoría de españoles añade nuevos lodos a la situación como es la floración de posturas de corte facistoide que acogen las propuestas de partidos como Vox no tanto por ideología como por creer que son la solución de todos los males, lo que les acerca a los independentistas catalanes que ven en su república lo mismo. Vamos, una transcripción casi literal del éxito del nazismo en el periodo de entreguerras, como tan bien han señalado Stefan Zweig, o Ian Kershaw.

En un Estado democrático, por mucho que, como en el caso de España, la justicia esté maltrecha, como lo certifica, por si no había bastante, la reciente actuación del TSJ ni más ni menos, el impero de la ley es el máximo valedor, y si atentar frontalmente contra la ley, máxime si esta es la suprema representada por la Constitución, y quien lo hace son instituciones, no ya personas, que tienen su sentido y su función desde esa misma Constitución, no tiene una respuesta que restablezca esa ley y con ello proteja al conjunto de los ciudadanos, entonces, la democracia puede acabar siendo devorada por los extremistas de uno y otro lado, lo que devendría en que nunca tantos deberemos tanta tragedia a tan pocos.