Confieso que aluciné cuando oí por primera vez la noticia. Creí que era una broma, una inocentada o uno de esos cachondeos que lanzan de vez en cuando las emisoras. Pero no, la cosa iba en serio. O al menos así lo presentaron en otros programas y en algún periódico. Resulta que ciertas asociaciones que van de defensoras de los animales piden (o exigen, que estos son muy demócratas) que se retiren del lenguaje, oral y escrito, faltaría más, las referencias a animales. Se supone que esas alusiones serían las despectivas. Sin embargo, no queda claro. Ni tampoco quién dirá si tal o cual frase es lesiva para gatos, perros y demás o si estas criaturas la tolerarán sin más problemas y no denunciarán ante el Tribunal de Estrasburgo al que la pronuncie. Estamos, pues, ante una terrible encrucijada que, sin duda, marcará el rumbo de este país y será clave en el desenlace de las próximas elecciones, sean estas municipales, regionales, nacionales o europeas. El pròces catalán pasa a un muy segundo término.

Si prosperara la citada iniciativa, ya no podríamos coger el toro por los cuernos, ni utilizar expresiones como "a matacaballo" para decir que alguien va todo lo deprisa que puede o "a espetaperro" para indicar que algo se ha hecho de repente, de golpe, ni tener memoria de elefante, ni ir a paso de tortuga, ni recordar que aunque la mona se vista de seda, mona se queda.

Como el idioma castellano, especialmente en el mundo rural, es muy rico en refranes, dichos, aforismos, sentencias y comparaciones con lo natural, nos quedaremos a medias a la hora de contar historias o tendremos que buscar otras vías con las que estén de acuerdo los animalistas. Por ejemplo, las frutas, legumbres y verduras. Si usted ya no puede decir "en boca cerrada no entran moscas", diga "en boca cerrada no entran calabacines". Son más grandes, pero se entiende de sobra. Si para avisar de un peligro nos impiden gritar "¡que viene el lobo!", voceemos "¡que viene el ajo!" Al fin y al cabo, los dos tienen dientes y abundan en esta tierra. Si ya no van a existir "pájaros de mal agüero", sustituyámoslos por "rábanos de mal agüero. (Las desgracias pueden venir de cualquier lado). Del agua fría ya no huirá el "gato escaldado", sino que tendrá que ser un brócoli o una lechuga. Y el buey suelto ya no se lamerá; lo hará una escarola o una patata.

¿Y qué hacemos con los motes? Los hinchas del Barça tendrán que buscar otro apodo para Messi; lo de "la Pulga" se acabó. García Remón dejará de ser "el gato de Odessa"; el portugués Eusebio, "la pantera negra"; Gaínza, "el gamo de Dublín"; Bahamontes, "el águila de Toledo"; Trueba, "la pulga de Torrelavega"; Yashin, "la araña negra"? En el periodismo deportivo de Argentina iba a haber más de un suicidio. Porque, claro, no queda muy allá llamar a un jugador "el pepinillo de Chamartín", o "el pimiento de Mestalla", o "la coliflor de San Mamés", o "el nabo del Metroplitano", o "la berza azulgrana", o "la cebolleta del Guadalquivi". Los hinchas desertarían en masa. No sabrían si estaban aclamando a sus ídolos o insultándolos. Y nada de llevar bocatas de chorizo o de jamón a los estadios. Menú vegano para todos. Lo de vegetariano suena ya a muy flojo.

¿Y qué sería del "salto del tigre"? Los sexólogos andan como locos buscando una denominación que recoja la intensidad y potencia del momento y, a la vez, no ofenda a nadie ni provoque reacciones y movilizaciones del universo tigril o tigresco. Repasen los productos de la huerta a ver si dan con alguno que sirva para estos menesteres tan delicados. Tampoco podremos comparar estos actos con los de los conejos o con la promiscuidad de los monos.

Bromas aparte, la iniciativa, aunque solo sea de boquilla, de estos presuntos conservacionistas revela una incultura y una falta de realismo aterradoras. Se han alejado tanto de la naturaleza que necesitan remediar esa carencia con propuestas tan descabelladas como esta del idioma. Vienen a decir:"Nosotros defendemos a los animales hasta en el lenguaje". Mira que bien. Pues, oigan, defiendan también y apoyen a una civilización, la rural, donde siempre tuvieron cabida los animales, que agoniza mientras prosperan las mascotas metidas horas y horas en pisitos y sacadas a pasear con collares. Y procuren no hacer el ridículo con cosas como las que nos ocupan. Se desacreditan por sí solas.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado. Fueron felices y comieron?verduras.

-Abuelito, ¿qué era una perdiz?