Existen bastantes razones para afirmar que la vida es una absurda ambición. No, de nada nos sirven las fatigas, cuando la muerte se presenta con prisa.

Es inmensa la diversidad de discursos que existen sobre el futuro. Pero, visto lo visto, me niego a unir mi vida a una piedra de mucho peso, que aún no he visto. No, no puedo pensar en futuros, ni tan siquiera con el don de la palabra, las vivencias me evidencian que no existen.

Tantas angustias, tantos sufrimientos, tanto ánimos paralelos. ¿Y para qué? En la parquedad del silencio se esconde la Dama Negra... Ella es nuestra gobernanta; la vida a su lado no tiene nada que hacer.

En el fondo de aquella noche, encontré una mala noticia. Traté de sostener la entereza, no pude, la dimensión de la palabra muerte es grande. Es difícil deglutir la pérdida inesperada: aquella que sin sentido y explicación, se nos presenta ante nuestros ojos, con la inacabada expresión de la impotencia. Es duro, muy duro, ver que una persona joven deja de ser brizna de vida y cincelado fragmento de existencia, para convertirse en cadáver.

El combate vida/muerte se libra con el recuerdo, con el afecto, con el respeto y sobre todo con el amor. Por mucho que la muerte se afane en llevarse a los nuestros, sólo podrá con los cuerpos, es la justa defensa del desconsuelo y la tristeza.

No quiero oír hablar de futuros, rechazo absolutamente todo aquello que vive en el desahogo de la nada, me niego a ver con esperanza algo que casi siempre termina en desdicha. Poco importa el mañana, siendo el hoy incierto... La vida no es un lugar de reposo. Poco a poco, nos enseña que entre el aspecto y la idea, se modula la ilusión; la misma que reviste de certeza nuestra existencia. El orgasmo de la vida se logra estallando de ganas de vivir.

A pesar de los pesares, nunca debemos de perder el humor. ¿Saben? De ahora en adelante, a los que me mencionen la palabra futuro, les diré que no me hablen de cuentos chinos.