La cercanía de las elecciones locales y autonómicas de 2019 y, especialmente, los resultados que han deparado los comicios andaluces del pasado 2 de diciembre, con la entrada incontestable de Vox en ese Parlamento, han hecho saltar las alarmas en los cuarteles de los partidos de la Comunidad. No son pocos los analistas políticos que ven con altas probabilidades el acceso de la ultra derecha en las comunidades de Madrid, Valencia y Castilla y León, territorios donde el mensaje de unidad inquebrantable en torno a la nación adquiere significativo peso. Tampoco hay que descartar entre los motivos de ese posible escenario que ha anticipado la cita electoral de Andalucía lo poco o nada que por aquí se entiende a iluminados como Quim Torra, el presidente de Cataluña, y a quienes miran para otro lado ante sus continuas bravatas.

Los partidos mayoritarios tan tomado buena nota de ello y, tras digerir el susto, se han puesto a trabajar en clave sociológica. Incluso ya hay quien maneja una encuesta exprés que le otorga hasta cuatro escaños en las Cortes regionales a la formación que lidera Santiago Abascal. Todo un síntoma evidente de esa preocupación que se ha instalado en las direcciones de los partidos con mayores aspiraciones de alcanzar el gobierno de la Junta.

Así las cosas, una especie de nuevo huroneo político se ha venido a sumar a raíz de los recientes resultados cosechados por Vox en un territorio que, hasta ahora, era un búnker para la izquierda. Y créanme, más allá de las causas ya apuntadas de ese éxito electoral, hay que detenerse en el hartazgo de gran parte del electorado, algo que también se visualiza en el abrumador porcentaje de abstención. Pero, del mismo modo, no podemos obviar que el dictado de las urnas es el pensamiento político global de los ciudadanos; o, dicho de otra manera, que la llamada clase política que tenemos en el país, en nuestras autonomías o en nuestros pueblos, es el fiel reflejo de la sociedad a la que representa. De ahí que tampoco se entienda la hipócrita crítica, cuando no el vehemente ataque, a la clase política vigente como si así tratáramos de concentrar en ella nuestros desvelos en lugar de desviarlos hacia nosotros mismos. Como dice un buen amigo, realmente utilizamos a los políticos para nuestra propia coartada de miseria ética, moral e intelectual. Y así pasa lo que pasa.