"Plus ultra" es el lema que campa en el escudo de España, detalle heráldico que tal vez aluda, sin pretenderlo, a la reciente proliferación de ultras -así de izquierda como de derecha- en este país. Primero fue Podemos el que, por la banda de babor, quiso ir más allá (es decir: plus ultra) del aburrido constitucionalismo de los partidos de toda la vida. Ahora, la ley del péndulo ha alumbrado a Vox, frente nacionalista con nombre de diccionario y de antiguo tocadiscos que también practica el ultraísmo por el lado de estribor.

Las prédicas de unos y otros suenan imparcialmente a disco rayado, propio de los años treinta del pasado siglo; pero ya se sabe que el votante es, junto al hombre, uno de los pocos animales que se obstinan en tropezar más de una vez con la misma piedra.

Tanto el movimiento de Iglesias como el del emergente Abascal apelan a esa versión primaria de la política que se ha dado en llamar populismo, consistente en ofrecer remedios sencillos -o directamente simplones- a problemas complejos. Más o menos en la línea demagógica de Podemos, la ultraderecha acaba de irrumpir en la vida parlamentaria bajo el nombre de Vox. De momento lo ha hecho en el modesto ámbito de una asamblea autonómica; pero nada impide aventurar que su éxito, relativo, vaya a repetirse en las municipales y generales.

La ascensión de Vox a los cielos parlamentarios (que es donde se cobra, y bien) se parece extraordinariamente a la de sus íntimos enemigos de Podemos. Al igual que estos últimos, manejan con gran destreza las redes sociales en las que apelan a las emociones con grave desprecio de la razón, como en su día aconsejó Goebbels.

Los extremos acaban por tocarse, según dejó dicho el matemático Blaise Pascal. Vox, por ejemplo, ha recaudado muchos de sus votos andaluces en antiguos feudos de la izquierda. También el Frente Nacional francés de Jean Marie Le Pen (heredado por su hija Marine) tiene su buena masa de votantes en municipios anteriormente dominados por el Partido Comunista. Es lógico. La extrema derecha, igual que su contraparte de la izquierda, invoca el voto del miedo. Así es como Vox ha llegado a convencer a los trabajadores menos cualificados de que los inmigrantes les arrebatarán sus empleos y subsidios.

Lo único nuevo es la llegada de la ultraderecha a España, país que parecía vacunado contra esas tentaciones por la dosis masiva de nacionalismo recibida durante los casi cuarenta años del régimen del Innombrable. Algo ayudó, cierto es, el secesionismo catalán, que se ha revelado como una fábrica de ultras del otro lado.

Entre unas cosas y otras hemos llegado al extremo, al "non plus ultra" (o "no va más") que contradice el lema del escudo español. Quizá conviniese sustituirlo por el de "Non plus ultras", en plural, a ver si así dejan de crecer aquí los ultras como hongos en las urnas. No va a ser fácil, por desgracia.