De un tiempo acá asistimos a ciertas prácticas bancarias de dudoso contenido ético, cuando no ilegal, ante la pasividad de quienes debieran velar por la protección de los afectados.

Las cláusulas suelo, por citar alguna, han sido condenadas en sentencia que sentó jurisprudencia. Por si no bastara, la UE se ha pronunciado en su contra por lo que tienen de abusivas. Es sólo un ejemplo de las irregularidades. En realidad, los abusos de la banca son continuos, pero no solo en lo que respecta al mercado hipotecario.

Según determinada ONG dedicada a la defensa de los consumidores, la banca acaparó durante el primer semestre del año el 73 % de las denuncias que les llegaron. Un porcentaje escandaloso jamás alcanzado por un sector y que, a tenor de los datos, convierte en sospechosos a la mayoría de productos bancarios. Y es que, cuando su venta es obligatoria, incluso el más ingenuo puede resultar escandaloso.

Resulta que las entidades financieras han entrado en una dinámica definida por el descaro. Consiste en la venta de productos y servicios. Una actividad que, siendo legítima, ha degenerado en una especie de locura por lo que tiene de obsesiva. El "beneficio a corto", que dicen, es el nuevo becerro de oro para el banquero.

Hoy día, de lo que se trata es de vender... ¡Vender, vender, vender! Vender fondos, tarjetas, seguros, planes de pensiones, de ahorro, cualquier cosa. Lo que toque en cada momento. Vender a cualquier precio. Vender a toda costa. Lo de menos son las formas, que sabido es cómo para el avaro todo vale con tal de ver crecer sus monedas.

Me hablan de una pareja de jubilados que ha visto cómo su inversión en un producto de "alta rentabilidad", según información que le facilitó la entidad, se reducía de manera importante. Se trataba de lo que llaman Bonos Subordinados y su transformación en acciones, exactamente en el año 2012 y sin que los titulares pudieran evitarlo, supuso la pérdida de sus ahorros y con ellos, quién sabe, si también la de una vejez sin sobresaltos. Sucede que el banco "olvidó" comentar el riesgo de la operación. O, tal vez, el empleado de turno no conocía el producto. Me da igual. En cualquiera de los dos casos la situación no cambia.

Es tan solo un ejemplo de los abusos. En este caso los Tribunales fallaron a favor de la pareja, pero no siempre es así. Para desesperación de los afectados, son miles las denuncias sin respuesta. Los usuarios no entienden esa especie de impunidad en la que parecen moverse las entidades financieras. Tampoco la pasividad de quienes debieran velar por la decencia de sus prácticas. Es como si en un repentino ataque de amnesia algunos hubiesen olvidado la ética.

Y es que, con la ambigüedad moral como bandera, nada es lo que parece en el mundo de las finanzas. Las oficinas de banca se han convertido en bazares que gritan sus baratijas y sus gestores en pícaros mercachifles. No siempre, es cierto. Pero sí con demasiada frecuencia.

Y si no todos, alguno al menos.