Decía Winston Churchill que la democracia es el menos malo de los sistemas de gobierno conocidos. Y que yo conozca tenía toda la razón y la sigue teniendo, más de cincuenta años después de su muerte. Como la tienen quienes defienden que cuarenta años después de su promulgación nuestra Constitución del 78 es, probablemente, la menos mala de las constituciones que podríamos tener a día de hoy.

Porque siendo como somos los españoles -todos los tipos colectivos de españoles, incluidos aquellos que presumen de no serlo o aspiran a ello-, un pueblo en el que, en verso de Machado, "de cada diez cabezas nueve embisten y una piensa", que el marco fundamental que rige nuestra convivencia haya alcanzado la madurez, esos cuarenta años que, en traslación a tiempo humano serían la edad de la plenitud, sin necesidad de grandes cambios, sin altercados demasiado graves y sin significativos "fueras de juego" supone un éxito incuestionable.

De acuerdo con que es discutida en diferentes aspectos y desde diferentes flancos -más por los representantes políticos de los ciudadanos que propiamente por éstos- lo cual solo significa que, como la sociedad, está viva. De acuerdo con que cada uno de nosotros hubiéramos dado otra redacción a muchos artículos o cambiado el espíritu y la letra de títulos enteros como el VIII, dedicado a la organización territorial del Estado, el último en cerrarse, quizás el único fallido por su calculada indeterminación para permitir la salida adelante del conjunto. En rugby, patada a seguir.

De acuerdo con que hoy se pueda hablar de su modificación sin que por ello nadie haya de rasgarse las vestiduras, para proceder a lo que los italianos, expertos como nadie en la convulsión política, llaman con su preciosa palabra "aggiornamento", la puesta al día, la actualización de texto y perspectiva. La cuestión es que no basta hacer dos frentes como plantean algunas estúpidas encuestas entre quienes se postulan a favor de modificarla y quienes son contrarios a ello. En este caso no es el fuero sino el huevo.

No es que se modifique, el propio texto vigente prevé esa posibilidad tanto para pequeños cambios -algunos ya se han hecho con motivo de la integración en la Unión Europea y el paulatino desarrollo de ésta- como para su completa renovación. Importa el cómo, es decir de acuerdo a la fórmula en ella misma se prevé, con el sistema de mayorías parlamentarias y, en su caso, con el sometimiento a refrendo por parte de los ciudadanos, bien directamente bien con la aprobación por el Parlamento, la disolución de las Cortes y la ratificación por el nuevo legislativo surgido de las urnas.

Fórmula que garantiza que el esfuerzo de acercamiento de posturas razonablemente muy distantes en 1978 no se vea truncado por la simpleza del "postureo" político.

Y sobre todo importa el "para qué", porque en ello es en lo que menos estamos de acuerdo. Y una constitución se trata sobre todo de eso, de un acuerdo básico pero profundo entre muy diferentes pensamientos. Como la democracia, claro.

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