No todos los días recibimos la visita un escritor de la talla de Manuel Vilas, pero la ciudad donde siempre es Semana Santa estaba ensimismada con la visita de otro ilustre: Don Carlos Herrera. El famoso locutor de radio recibía, agradecido, una capa alistana. Otra más. Es la prenda de moda para promocionar Zamora allende de nuestras fronteras. Imaginé qué pensaría Vilas al ver a tantos hombres vestidos con capa por la calle. Y me resultó divertido: Stan Lee acababa de morir.

Hombres que se hacían fotos en sus móviles de última generación. Hombres que posaban orgullosos con el peso de la tradición local frente a las puertas del Teatro Ramos Carrión. Hombres que lucían palmito porque el fin último de nuestra Semana Santa es que nos vean, que nos asocien con tal hermandad, con tal familia, con tal cristo. Si la Semana Santa fuese un acto privado que se celebrase a puerta cerrada no saldríamos ni la mitad de nosotros. Yo sería el primero que me quedaría en casa. Para qué madrugar el Viernes Santo si nadie me saludaría por la calle ni me sentiría dichoso e importante con mi pañuelo blanco atado alrededor del cuello.

Imaginé que Vilas recibía también la capa alistana. Estoy seguro de que Vilas sería un gran embajador de la capa. Vilas es un tipo agradecido con sus semejantes. Vilas vestiría su capa mientras escucha a Lou Reed. Llevaría la capa esperando el anuncio del premio Cervantes. Vilas conmovido, envuelto en su túnica marrón, al saber que Ida Vitale ha resultado premiada en esta última edición. Y nosotros conmovidos con él. La capa alistana se convertiría en un símbolo de la paz y la concordia en manos de Vilas. Un símbolo a lo largo y ancho del mundo.

Pero Vilas no vino a recibir ningún premio. Vino a entregarnos su inquebrantable fe en la literatura, en la primigenia magia de contar historias. Vino a hablarnos de sus padres ya fallecidos que, de alguna manera, son los padres de todos nosotros, que todavía están vivos. Vino a decirle a nuestros hijos que amen a sus padres, que hablen con nosotros, pero nuestros hijos adolescentes no sabían nada de la muerte ni del amor porque nunca escucharon a The Who pero, al menos, descubrieron Ordesa, su último y emocionantísimo libro.

Manuel Vilas estaba en Zamora porque, al día siguiente, participaba en los encuentros literarios organizados por la Biblioteca Pública. Diecisiete ediciones que nos han acercado a decenas de autoras como Marta Sanz, Pablo García Casado, Elena Medel, Karmelo Iribarren o Belén Gopegui. Gracias a Asun, que ha sido una gran anfitriona, Zamora aparece en el mapa literario. Su ojo clínico y el tesón que ha demostrado ha servido para que los encuentros literarios se hayan consolidado en el calendario cultural español. Una pequeña ciudad de provincias a la que cualquiera que se dedique a contar historias, en el formato que sea, quiere acercarse.

Asun acompañó a Vilas hasta el Aureto. Bebimos agua con gas y cervezas. Escuchamos buena música, como siempre, y compartimos el templo de Aurelio con aquellos señores de las capas, tan guapos y elegantes, que también bebían agua con gas y cervezas. Hay muchas formas de disfrutar de la cultura y de celebrar la vida. Y todas son válidas. Desconozco si Asun ya tiene su capa alistana. Seguro que se la merece también. Aunque no venga de fuera.

(*) Poeta y narrador