Los actos de conmemoración del bicentenario del Museo del Prado me hacen poner la mirada en los museos regionales de Castilla y León. El primero en ver la luz fue el Etnográfico de Zamora, en 2002, al que luego se sumaron el de la Evolución Humana de Burgos, el Musac de León y el de la Siderurgia y la Minería de Sabero. Todos ellos tienen una finalidad de vertebración del territorio a través de la cultura y todos obedecen a criterios coincidentes.

De un lado, ningún museo nace por casualidad, antes hay que crear la necesidad. ¿Se imaginan las bibliotecas llenas de libros pero sin ningún lector o sin haber generado antes el hábito por la lectura? Pues con los museos sucede igual. Ahí tienen si no al de Burgos, aportando ese enorme sentido de documentación a Atapuerca y reforzando incluso la propia marca internacional del yacimiento. O al de Sabero, en plena cuenca minera, poniendo en valor la historia viva de sus gentes. O al de Zamora, al evocar las costumbres en el mundo en el que crecieron nuestros abuelos. Los tres museos tienen una raíz indeleble: la propia tierra. Ciertamente, el Musac de León responde a otras necesidades: dar respuesta a un público que demanda arte moderno y servir de referente a artistas emergentes de la Comunidad.

De otro lado, los museos son espacios vivos y, por tanto, están obligados a evolucionar con la sociedad. Y volvemos al Prado. Porque ¿puede alguien ver doscientas veces Las Meninas? Sí, pero no lo es normal. Sin embargo, puedes regresar una y otra vez al Prado para disfrutar de exposiciones temporales o asistir a talleres y charlas. Y con los museos regionales ocurre otro tanto. Su potencial está en las exposiciones, sí, pero su atractivo es saber reinventarse cada semana o mes a través de una renovada programación. Son centros vivos y por eso podemos ver, por ejemplo, como la moda presenta su último grito en el Museo de la Evolución Humana, o el director del Instituto Cervantes pronuncia una conferencia en el Etnográfico con motivo de la exposición de León Felipe, o el poeta Gamoneda da una chara magistral en el de Sabero. Los museos, en definitiva, tienen sentido mientras las personas les demos sentido. Y para eso lo mejor es escuchar a la gente, su verdadera razón de ser.