En las imponentes laderas de los Valles Andinos, se cultica desde hace miles de años la quínoa. Este cereal de semilla menuda ha sido la base de la alimentación de quechuas y aimaras y se asociaba a las clases humildes por lo cual era muy poco valorado, cuando no depreciado. Esos niños indígenas con la carita quemada por el sol y por el frío, que tantas veces hemos visto en fotos y reportajes, se alimentan casi exclusivamente de quínoa, papas y maíz.

Hace algunos años, no muchos, que Gastón Acurio y otros afamados cocineros peruanos incluyeron la quínoa en sus platos, y eso obró el milagro. Se empezó a hablar del valor nutricional y de las muchas propiedades de este olvidado alimento y se incorporó en las cartas de los más distinguidos restaurantes en todo el mundo. Su consumo y por ello su demanda creció rápidamente, igual que su precio.

En una pequeña ciudad de la Sierra Sur del Perú, a orillas del caudaloso Apurimac, el río que da nombre a la Región, nació, se crió y vive Shaya, su recién elegida alcaldesa. Shaya es un nombre quechua que significa "la que permanece erguida frente a la adversidad" y define muy bien a esta mujer. Fue una estudiante aplicada, lo que animó a sus padres a esforzarse aún más para que ella pudiera graduarse en la Universidad Andina de Cuzco y desde allí iniciara su vida profesional en la capital del país.

En Lima observó que la quínoa, tan poco valorada en su tierra, tendría un futuro prometedor y ello le animó a regresar. No sin dificultades creó una cooperativa de pequeños agricultores, mujeres en su mayoría, para comercializar el cereal que producían.

La quínoa ya no se vende a los intermediarios por quintales en grandes sacas; ellos venden directamente a cadenas de supermercados y tiendas gourmet en paquetitos de medio kilo. La vida ha cambiado radicalmente para las gentes del valle, y aunque muchos siguen dando las gracias al Señor de Ánimas, de gran devoción en la ciudad, por haber obrado el milagro, no son pocos los que reconocen a Shaya como la impulsora de esa transformación.

No es fácil la vida en la cordillera y mucho menos siendo mujer y madre. Quizá por el aislamiento ancestral son sociedades muy cerradas dónde aún imperan comportamientos machistas felizmente superados. El varón se siente el dueño de la esposa y no acepta que la mujer trabaje fuera de la casa y aún menos que ocupe posiciones de mayor relevancia social; por eso dar el paso para postular a la alcaldía no le resultó fácil. Las miserias de la condición humana afloraron enseguida y aparecieron las críticas y las desconfianzas, incluso de los más cercanos. Pero armada del coraje que le da su nombre, confió en sí misma y, contra todo pronóstico, fue elegida alcaldesa hace unas semanas. No necesitó ni el apoyo de movimientos feministas ni ninguna otra apelación que no fuera la autoestima para general la ilusión que la llevó a la victoria y a convertirse en la primera alcaldesa en la historia de su pueblo. La valiente historia de Shaya me recordó a Arguedas. José María de Arguedas, excelente escritor y antropólogo que nació allí mismo, en Andahuailas, en el departamento de Apurimac. En 1958 becado por la UNESCO, visitó Zamora con el fin de estudiar las similitudes entre la cultura de esas comunidades andinas y la Zamora rural de entonces. Pasó seis meses en Sayago y de su estancia aquí nació su tesis doctoral "Las Comunidades de España y del Perú", con la que se graduó en la Universidad de San Marcos, y sigue siendo hoy un referente para estudiantes y postgrados de antropología.

Es, tal vez, en esas similitudes que documentó Arguedas donde se encuentra la explicación; porque también aquí en esta Zamora nuestra, a 10.000 kilómetros de los valles andinos, hay mujeres que, como Shaya, afrontan con mucho coraje las dificultades y están dispuestas a poner toda su inteligencia y esfuerzo al servicio de su pueblo de forma silenciosa, sin alharacas ni estridencias.

Es seguro que en ellas encontraremos el impulso que esta tierra tanto necesita.