Aunque no siempre se cumple, un sindicato no es otra cosa que "una asociación integrada por trabajadores en defensa y promoción de sus intereses laborales, ante el empleador con el que están relacionados contractualmente, las cámaras patronales o el Estado". Perdón, cuando hablé de trabajadores, evidentemente también quise decir trabajadoras, no me vayan a tachar de machista cuando, en realidad, ni machista ni feminista, femenina, sí.

La Audiencia Nacional ha vuelto a tumbar las aspiraciones de las pilinguis patrias. De hecho ha anulado los estatutos del sindicato de prostitutas que registró "por error" el Ministerio de Trabajo. La Audiencia tiene la razón, toda la razón y nada más que la razón. A ver, ¿quién es el empleador de las prostitutas? Ya sé que las hay por cuenta propia, es decir, autónomas, pero ¿y las otras? No creo que se pueda considerar a esa escoria llamada proxenetas como empleadores.

En ese caso, los jueces tienen más razón que nunca. La ilegalidad de los estatutos se debe a que avalarlos supondría admitir el proxenetismo que el Estado se ha comprometido a erradicar (está tardando mucho). Sería por lo tanto una actividad ilícita y el reconocimiento de que los proxenetas tienen derecho a "crear asociaciones patronales con las que negociar condiciones de trabajo y frente a las que se pudieran adoptar medidas de conflicto colectivo". Las meretrices no pueden ser tan torpes y tontas como para dar alas a los chulos que las explotan.

Si la Audiencia Nacional no estuviera alerta, el reconocimiento que piden las hetairas significaría que los proxenetas podrían negociar "las condiciones" en las que debe desarrollarse la actividad de las mesalinas, "disponiendo para ello de forma colectiva, de un derecho de naturaleza personalísima como es la libertad sexual". Las pilinguis no pueden poner, más de lo que ya la tienen, su vida, su trabajo y sus ganancias en manos de esos chulos que les chupan hasta la sangre. Que las utilizan y las anulan como personas, como mujeres, como seres humanos.

Y porque el proxenetismo ha crecido en España. Entre los propios, cada vez menos, y los que vienen de fuera, fundamentalmente países del este y África, pobres mujeres, cuántas de ellas niñas, adolescentes, marcadas de por vida por algo a lo que han llegado mediante engaños, con la esperanza de una vida mejor que se truncó en el cuartucho de un hotel, de una mancebía, de un coche, o en plena vía pública. Esas mafias, esos sinvergüenzas no pueden tener perdón de Dios, ni perdón de la Justicia, ni perdón del Estado español que es bastante blandito en estos menesteres y que ya ha podido, ha tenido cuarenta años para ello, erradicar de una vez por todas la malsana figura del proxeneta, del chulo putas.

Las organizaciones y plataformas que vigilan por los derechos de las mujeres, ya pueden estar bien alertas para impedir que los proxenetas puedan utilizar el más mínimo resquicio para convertirse en 'patronos', en 'empleadores' legales de estas mujeres. Sus amenazas tienen que volverse contra ellos, y todos y cada uno deberían pasar buenas temporaditas en la cárcel. Las mujeres que libremente quieran ejercer la prostitución, allá ellas, pero libremente, sin estar sometidas a las mafias y a los chulos, simplemente porque les va la marcha, porque lo encuentran rentable y satisfactorio. Hay de todo en tan peculiar viña. Pero, las obligadas, las prostituidas contra su voluntad que puedan zafarse de las cadenas que las aprisionan. Y para eso no necesitan sindicato que valga.