Con motivo del día de la patrona de la música: Santa Cecilia, me vienen a la mente algunas ideas respecto a eso que el escritor Alex Ross llamó acertadamente: "El ruido eterno", dando título a un libro entretenido sobre la música clásica del siglo XX. Con la llegada de nuevos estilos y tendencias musicales el ruido ha subido a la categoría de música, algo que chirría para muchos pero agrada a los amantes de sensaciones acústicas extremas. Ruido es "la melodía" constante de las sociedades industrializadas, en las que no cesa tampoco el hilo musical a todas horas. A mayores, cuando no nos la proporciona el sonido ambiental, echamos mano de auriculares para no sentimos huérfanos de esa madre de todas las sensaciones que es la música. Ésta empezó a democratizarse con la radio, y siguió su camino popular con los tocadiscos o la televisión.

De todas las artes, la más presente entre nosotros sin duda es la música llegando a ser tanto producto de calidad como de consumo, tenga o no la etiqueta de artístico. Puede que la música sea el arte ancestral por antonomasia pues cabe pensar que, antes que la especie humana fuese capaz de otra expresión artística, ya estaría presente en las canciones o melodías del arrullo, recién venidos a la vida, o dando sonido a las lágrimas de la muerte. Así se observa en tribus que aún persisten en condiciones similares a la prehistoria. La música fue en sus comienzos un ruido domesticado que evolucionó con el hombre y la paulatina perfección de herramientas.

Piedras y palos que servían para la caza serían los primeros instrumentos que acompañaran a los sonidos guturales en proceso de lenguaje. Las pieles de animales cazados dieron origen a la creación de diversos tambores, así como los primeros instrumentos de viento fueron huesos perforados o cañas con similar función. Las celebraciones ligadas al ciclo de estaciones y cosechas incrementaron la necesidad de ritos y fiesta con música, y no digamos su uso en el culto de cualesquiera de las religiones. Se deduce que la música madrugó más que ningún arte. Curiosamente aún hoy hablamos de "Diana floreada", con una expresión, mezcla de cuartel y mitología, para referirnos al temprano pasacalles musical en los días festivos de muchas villas o pueblos.

La música fue parte, desde el origen de las universidades, del currículum intelectual formado por el "trivium y quadrivium" que componía el conjunto de las llamadas " artes liberales, en la Edad Media".

En la Universidad de Salamanca, Fray Luis de León tuvo de compañero en el claustro de profesores a Francisco Salinas, catedrático de música y amigo suyo, al que dedicó la famosa Oda: un poema lleno de melódica belleza, un canto a los efectos placenteros que la música del amigo: -"por tu sabia mano gobernada"- producía: " Oh, desmayo dichoso!/ Oh, muerte que das vida, oh, dulce/ olvido..."

Salinas fue un músico eminente y, aunque no se conservan composiciones suyas, escribió un manual titulado: "De musica libri septem", dedicado al que fue Rector de Salamanca y Cardenal-Obispo de Zamora, D. Rodrigo de Castro Osorio, tío-abuelo del VII Conde de Lemos, gran mecenas de figuras señeras del Siglo de Oro, como Cervantes.

Con la "Oda a Salinas" no existe en Lengua Castellana otro resumen lírico de cualidades naturales y sobrenaturales de la música, expresadas con tanta emoción literaria, como si de entrar en éxtasis se tratara.

En nuestra querida España de hoy crecen más los costosos auditorios que las horas de música lectivas. Si ya pagamos cara su construcción con fines culturales, y políticos, no tardaremos en pagar la escasa formación musical de nuestro alumnado. Pero no hay que preocuparse, ya se encargará el libre mercado de vender cualquier sucedáneo con etiqueta de arte o a base de publicidad incesante.

Por supuesto que la música no sólo está en conservatorios y auditorios, pues cada vez más gente de esa procedencia, o autodidacta, sale a la calle a darnos parte de su arte, gratis. Me gusta, cuando paseo, encontrarme con un grupo, o solista, actuando, en contrapunto al ruido eterno de la ciudad, no precisamente musical. Salgo de casa y me dejo consolar por un rayo de sol benigno en mis espaldas; sigo andando y escucho música que no elegí pero ella me ha elegido hasta el punto que detiene mis pasos. No se paga ese instante placentero con unas monedas en el suelo. Hasta el puñado de castañas asadas que compro, y comparto con mis nietos, tiene más sabor con esa melodía callejera que templa el alma.

En el verano pasado, caminando por Zúrich con un guía, fuimos contemplando la ciudad. En el trayecto, un cuarteto musical femenino actuaba al aire libre en los bajos de un edificio porticado. He de decir que me entretuve escuchando y por poco pierdo de vista el grupo. La música tiene ese efecto distrayente y relajante que tanto apreciamos para abstraernos en cualquier momento o aliviar la rutina, el agobio o el dolor.

Ahora vengo de un concierto donde acabamos de escuchar la "Sinfonía n. 1 para violín y orquesta" de Paganini: aquel extraordinario solista y compositor que parecía, según los contemporáneos, que llevaba el diablo en el cuerpo, por no hallar personificación mejor de su arte, endiabladamente virtuoso. Madame de Sevigné, escuchándole, no podía ocultar el asombro "de que este encantador sea nuestro contemporáneo, y que lo podamos aplaudir nosotros mismos..." . Puedo añadir, con mi experiencia de hoy, que la intérprete de esa música, endiabladamente difícil, junto con la Orquesta Sinfónica de Galicia, fue una niña de quince años: María Dueñas, una granadina con el "demonio" de la música dentro de un cuerpo, con arte angelical. Ante el asombro de una precocidad tan apabullante, hago mías las palabras de la marquesa escritora: Casi no podía creer lo que veía y escuchaba. Por eso aplaudimos tanto a la niña-prodigio, porque la música tuvo en la tarde-noche semejante esplendor que, a pesar del reciente cambio de hora, pareciera que no había oscurecido.

Gran razón tenía el escritor Moratín, contemporáneo del violinista italiano, refiriéndose a lo que desde antiguo se consideraba un don divino:

"Arte no menos grato al hombre en sociedad, que al solitario"

Y que la música de Pórtico no cese.