No sé cuáles son las motivaciones que le llevan a escribir su artículo y no voy a especular sobre ellas, pero sí quiero que quede claro cuáles son las mías: hacerle llegar mi humilde y sencilla opinión sobre el tema desde la preocupación que siento como vecina de uno de los pueblos donde se ha presentado un proyecto para instalar unas explotaciones ganaderas que no denominaré "macrogranjas", para no faltar a su "verdad". Sé que "macro" significa grande y con eso me bastaba para aludir a las explotaciones de ganado porcino de 3.500 y 6.000 respectivamente, que quieren colocarnos flanqueando el pueblo. No pensaba yo que ese prefijo tuviera nada de peyorativo, a mí me parece irrelevante, solo una manera rápida de decirlo.

En cuanto a la batalla de la que usted habla y que plantea como un manejo de opiniones, yo la sentí desde un principio como la de David contra Goliat. Yo me he unido a otros "davides" porque nos sentimos indefensos frente a las administraciones que han provocado ese no tan lento pero sí "aterrador declive de los pueblos", que no nos protegen contra lo que vemos como una amenaza, que están más cerca de esos pobres "empresarios sin nombre" que de los ciudadanos con nombres y apellidos que aguantan como pueden en los pueblos o se resisten a desvincularse de ellos. Todo en nombre de un progreso que se parece mucho al abuso colonialista: colocar un negocio para utilizar los recursos del lugar sin dar nada a cambio o casi nada, que aún es más humillante; está claro que la riqueza que producen estas explotaciones (no sé si le gusta más este término que, siendo más peyorativo, define realmente bien el concepto) no revierte en el lugar en el que se instalan.

Dice en su artículo que esa "batalla comunicativa la van ganando con claridad los que se oponen a las explotaciones". Pues ya que usted habla con criterio sobre el tema, me alegro, porque creo necesario que todo el mundo se cree una opinión y le aseguro que aunque yo tengo clara mi postura, no trato de ganar ninguna batalla de ideas, sino la de ser consecuente con las mías.

En el análisis que usted plantea queda claro cuál es su trabajo y pone de manifiesto esa triste realidad que todos conocemos: cómo se manipula a las personas para predisponerlas a tener una determinada opinión; soy consciente de que no estoy libre de esta pandemia, aunque trato de defenderme de ella como puedo. Usted engloba a los que nos oponemos a este tipo de instalaciones en determinados grupos y se olvida de que somos individuos, igual que esos empresarios, aunque bastante más desprotegidos; efectivamente, ellos no tienen que manifestarse porque las administraciones los atienden y escuchan prontamente: casi siempre la ley les ampara ya que se rodean de buenos intérpretes de la misma.

Para mí esto no es un juego de palabras, medias verdades o mentiras enteras, sino una realidad que ya hemos visto en otros lugares y da miedo.

En mi pueblo hace muchos años que se cerró la escuela y la población es menguante y envejecida; no recuerdo cuándo nació el último niño. Nunca hemos dejado de querer que nuestro pueblo se revitalice, pero la gran mayoría pensamos que éste no es el camino.

Inmaculada Vara Castro, vecina de Pozoantiguo