Hacía unos cuantos meses que no había tenido oportunidad de verlo. Lo encontré alicaído. Momentos antes había dudado si lo iba a encontrar en el sitio de siempre, detrás del mostrador, vistiendo aquel uniforme negro y el mandil verde, de rayas horizontales oscuras, que le gustaba ponerse para no mojarse la tripa mientras fregaba los vasos que iban dejando los clientes. Pero allí continuaba, portando un esqueleto de elevada estatura rodeado de unas buenas lorzas que hacían que tuviera que soportar un peso de más de cien kilos. Aunque sus exuberantes curvas continuaban arropándolo generosamente había desaparecido su peculiar sonrisa, ahora sustituida por un rictus mezcla de tristeza y melancolía.

Agazapado en el extremo de la barra del bar, dejé que pasaran los minutos observando cómo iba atendiendo a los clientes que habían llegado antes que yo. En esas estaba cuando reparó que me encontraba allí, en el sitio de costumbre, con una mano apoyada en la barra y la otra jugando con el teclado del teléfono móvil, sin dejar claro si incordiaba en internet o enviaba un WhatsApp a algún amigo. En un momento determinado se acercó dándome los buenos días sin demasiada efusión, más bien siguiendo el ritmo de una marcha fúnebre, lo que no dejaba de ser motivo de extrañeza, habida cuenta su jovial talante. Tampoco me soltó aquel aforismo, que gustaba repetir cada dos por tres, de que "en cualquier profesión no se llega a saber todo nunca"

Y es que como se consideraba un excelente tabernero, despotricaba de ser poco conocido por mor de no haber obtenido algún master aprovechándose de la conocida generosidad con que los repartía determinado instituto universitario. Tampoco se encontraba implicado en affaire alguno, incluidos esos que tienen que ver con las cloacas del Estado. De manera que su comportamiento apenas se apartaba del de una persona normal, del de un ciudadano vulnerable de esos que se levantan temprano y se acuestan solo cuando los clientes y las circunstancias se lo permiten.

Estaba triste porque, al no ser famoso, no salía en los periódicos, ni en ningún otro medio, así que traté de animarlo diciéndole que aún no había hecho suficientes méritos para ser tenido en cuenta, ya que no se encontraba implicado en temas de corrupción, pero que estaba a tiempo de llamar la atención pidiendo la independencia de la comunidad de vecinos de la que era presidente, puesto que así podría administrar los dineros de los impuestos que dejaría de pagar al Estado y al Ayuntamiento, y podría transformar el aspecto de la plazuela donde tenía su domicilio, incorporando aquel jardín con el que siempre había soñado al que añadiría árboles frutales de aquellos que abundaban en su pueblo.

Pero aquella recomendación no le sirvió de consuelo ya que no le convencía tener que movilizar a sus vecinos sacándolos a la calle, ni hacerlos subir a los techos de los coches de la policía municipal, ni estimularlos para que asaltaran la delegación de Hacienda, a esa hora en que el personal de la limpieza suele pasar la aspiradora. Así que decidí sugerirle que siempre podría plagiar alguna tesis universitaria para obtener el doctorado de aquellos estudios de Filosofía que, con tan buenas notas, llegó a cursar hace mucho tiempo, cuando las carreras duraban cinco años y no existían los créditos. Una vez lo tuviera en su poder podría filtrar la noticia entre los parroquianos del bar, y malo sería que alguno no la hiciera pública en el barrio, lo que le permitiría no solo ser conocido, sino incluso tan famoso como algunos próceres de la patria. Tal proposición tampoco le pareció interesante, a pesar que tenía pinta de llegar a colmar sus aspiraciones, que no eran otras que las de formar parte del famoseo y salir en la televisión haciendo gala de haber sido investigado por las fuerzas del orden.

No me atreví a recomendarle que llevara a cabo alguna acción delictiva que le llevara a ser calificado como responsable civil a título lucrativo, ya que se apartaba aún más de su regular manera de pensar y sentir, y además parecía más propio de ministras o de gente relacionada con la realeza.

Al no militar en ningún partido político, tampoco le quedaba la opción de ser admitido como socio en algún club de financiación irregular, o en alguna contabilidad B, o en determinada remuneración en negro, por lo que me vi incapaz de poder ayudarle, quedando así demostrado que no todos somos iguales, ni ante la ley, ni ante el acceso al mundo del famoseo. Así que, mi amigo el tabernero estará ahora triste y cabizbajo, planteándose si seguir sirviendo vino a los parroquianos o acercarse a ver el socavón de la avenida Cardenal Cisneros.

Es lo que tiene ser un estrecho, incapaz de saltarse leyes, normas y reglamentos, que los medios de comunicación no llegan a hacerte caso, y así no hay manera de alcanzar la celebridad, ni optar a una indemnización en diferido, y mucho menos llegar a convertirse en un paradigma.