Oceanógrafos de Vigo y Tenerife han conseguido hacer del pulpo un animal de granja que dentro de nada podrá criarse en cautividad, como los gorrinos. No hará falta resaltar que se trata de uno de los más espectaculares avances en la domesticación de la fauna. Con esta idea había fantaseado Ringo Starr, el batería feo de los Beatles, cuando compuso su injustamente poco apreciada canción "Jardín de pulpos" o algo así.

Los científicos han hecho realidad esa idea al crear pulpos domésticos, por así decirlo. Ahora sí podremos afirmar con toda propiedad que el pulpo es un animal de compañía. Ni siquiera es improbable que los buzos adopten como mascota a uno de estos cefalópodos que tanto miedo le metían en el cuerpo a Julio Verne. Mayormente, los gigantescos kraken a los que noveló en sus 20.000 leguas de viaje submarino.

Todo sugiere que estamos ante una verdadera revolución en los mares, comparable a la que en su momento supuso en tierra el paso de la caza salvaje a la agricultura y a la ganadería. Estamos ante una revolucionaria civilización de los procesos productivos.

La necesidad agudiza el ingenio. Expulsada la flota de los siete mares del mundo -y en particular, de las aguas del Sahara-, no quedaba otro remedio que volcarse en la acuicultura. Así lo hicieron, con notable éxito, las empresas de este país que, emulando y acaso superando a las de Japón, surten de peces de piscifactoría a los mercados de todo el mundo.

Cuando este vasto proyecto de sustitución -o alternancia- de la pesca extractiva por la de cultivo salga adelante, España habrá hecho un nuevo y trascendental aporte a la socialización de los alimentos.

Muchos años atrás, los capitanes de industria del país habían dado ya el primer paso al popularizar el consumo de pescado mediante su congelación en barcos-factoría en alta mar. El previsible abaratamiento de la carne de pulpo criada en granjas acuícolas va a cerrar ahora ese círculo virtuoso, con la ventaja añadida de que se trata de una producción controlada y renovable.

El éxito de los científicos, que han porfiado durante más de veinte años de investigación en lograrlo, contribuirá además a la necesaria preservación de los océanos. Frente a la pesca extensiva, que amenazaba con despoblar los mares, el pastoreo de los pulpos -sumado al de otras especies- dará un respiro a la fauna acuática. Se perderá a cambio, naturalmente, una cierta concepción romántica de la pesca en aguas salvajes, que acaso quede reducida -al igual que sucedió con la caza- a una actividad menor con un mercado de consumidores más selecto.

El hallazgo llega en un momento ideal, cuando el pulpo se ha puesto por las nubes debido al desajuste entre la oferta y la demanda. La burbuja de precios, que se duplicaron en poco más de un año, podría llegar ahora a su fin si, como parece probable, la cría de este bicho cabezón permite su producción en masa. Criados y cuidados con mimo comercial, los pulpos serán los primeros en agradecer este cambio de paradigma en la pesca. Es lo menos que podíamos hacer aquí en memoria del pulpo Paul, que tan extraordinario acierto tuvo al pronosticar el triunfo de la selección española en los Mundiales de Sudáfrica.