Siempre que voy de Laredo a Santoña por carretera dirijo la vista, al ir y al volver, al Monasterio de Montehano, un austero edificio que se asienta entre la carretera y la bahía, junto a una bonita montaña cuya redondez va mermando el aprovechamiento de su piedra para la construcción. Al no ir conduciendo, tengo que contentarme sólo con mirar; cuando conducía mi propio automóvil entraba, casi siempre, en el monasterio y me paraba junto al sepulcro, muy bien atendido, que, desde finales del siglo XVI o principios del XVII, alberga los restos de una mujer, que llegó a España, desde los lejanos Países Bajos entre el séquito del joven príncipe cuyos abuelos se llamaron los Reyes Católicos.

¿Por qué venía aquella joven en el séquito del futuro Emperador? En el ánimo de ella, sin duda, era el amor lo que la animaba al largo viaje. Pudo ser también el amor el que al joven Carlos lo animara a disfrutar de tal compañía. Lo que, sin duda, es verdad y no se duda de ello, es que aquella compañía no era "oportuna" para el heredero de la corona de Castilla. Y, como no era oportuna, se suspendió al entrar en tierra española; y la joven enamorada quedó relegada en el convento existente cerca del puerto de Laredo, al que llegó nuestro futuro rey, quien, desde la España, reina de la Península Ibérica, con el añadido del Nuevo Mundo, heredó, a la muerte de su abuelo Maximiliano, el Imperio Austro-Húngaro. Así aquel joven príncipe llegó a ser, al poco tiempo, rey de España y emperador de Alemania.

Aquellas relaciones amorosas formaron parte de las numerosas aventuras del joven que, hijo de española y flamenco, había nacido en Gante y, precisamente por esa juventud tempestuosa, se ganó esta frase de un padre en los Países Bajos: "Maldito sea Carlos de Gante". (Tal vez ese noble flamenco fuera el padre de la misma joven enamorada que todos hemos conocido con el nombre de "Bárbara de Blomberg"). Ante su sepulcro, bien cuidado en aquel monasterio cántabro, yo he recorrido, muy someramente, su larga vida de 73 años y la he comenzado por los primeros años del siglo XVI para terminarla a finales de ese mismo siglo. He revivido los años jóvenes del aventurero Carlos, con sus "amoríos" de las lejanas tierras del Flandes, que esquilmó los caudales de los Reyes de España, dando lugar al principio de la ruina de la Casa de Austria, y, al margen de la historia guerrera del Rey Emperador, he imaginado la vida solitaria y casi eremita de su joven amante, encerrada en un monasterio alejado de las vecinas villas cántabras, sintiendo pasar los años y con ellos el siglo que contempló su vida, que tanto le prometió y tan poco le dio en la realidad a la joven flamenca.

La realidad fueron 73 años, vividos en plena actividad durante una venturosa juventud; y extraños, en el eremítico monasterio, a la vida regia de su antiguo amante y las hazañas guerreras del hijo fruto del amor de ambos. ¿La tendrían al corriente de las campañas belicosas de su hijo, don Juan de Austria, en la lejana Turquía y en no próxima Flandes, ésta última la tierra de sus mayores? No he visto que conste en parte alguna esta comunicación, que, sin duda, habría servido a la escondida madre de íntimo consuelo a su largo destino, alejado del que había sido su amante y del que fue su meritorio hijo, hermano del gran Felipe II y reconocido hijo del no menos grande Emperador Carlos V, hijo éste, a su vez, de Felipe I el Hermoso.

Esa larga vida, de 73 años, se lee reducida en un célebre diccionario internacional a la brevedad de estas líneas: "Blomberg, Bárbara (Ratisbona c.1525-Colindres 1598) Amante de Carlos Quinto. De sus relaciones amorosas con el emperador tuvo a Juan de Austria". Es algo asombrosa esta reducción de una larga vida a unas cuantas palabras. Ocurre en un diccionario; en libros de Historia se olvidan algunos datos; ha sido necesario buscar en ese diccionario para saber los interesantes datos que señalan los años de nacimiento y defunción, así como los lu-gares en los que ocurrieron, de una mujer que, en su ilusión, seguramente, y en el pensamiento de muchos coetáneos flamencos, pudo llegar a ser "Reina de España y Emperatriz de Alemania". Estoy casi seguro de que sólo en mi imaginación de un momento, ante aquel sepulcro, que está allí desde hace siglos, ha existido esa denominación para Bárbara de Blomberg.