Se presentó solo, vestido de negro, con su cabellera albina y acompañado de una guitarra española, manufactura del lutier Arcángel Fernández. Sin atril ni papel delante, Amancio Prada canta a pecho descubierto y buceando en su memoria. En el antiguo corral de comedias rehabilitado por el arquitecto Paco Somoza hace treinta años, hoy sentado en el palco cuatro del primer piso, desgranó el cantautor romances, cantigas y textos de sus antonios, a la sazón, Pereira, Colinas y Gamoneda, y otros autores cercanos como Juan Carlos Mestre y Luis López Álvarez. Las alusiones a Zamora fueron continuas, como cuando hizo Hoy no me levanto yo de Chicho Sánchez Ferlosio, con el que había compartido escenario en 1979 en el colegio universitario, una actuación en la que también estaba Agustín García Calvo.

Habló de los ríos Duero y Sil, de las rosadas auroras y de la rosa garrida, del amor y de los puentes. El relato artístico de Amancio siempre tiende abrazos y levadizos entre los pueblos. A pesar de ser un concierto castellano por programa y zamorano por sus reiteradas citas sobre la hospitalidad del público, dejó referencias a Galicia y tonadas en gallego. De tal forma que el bis de cierre lo ejecutó con uno de los seis poemas gallegos del poeta granadino García Lorca: Romaxe da Nosa Señora da Barca. Tras explicar que 'ruada' significa algarabía y diversión de gente con cantos y bailes, el público y él entonaron el estribillo dedicado a la "virxe pequena" de Muxía, donde la popular ermita de la Costa da Morte se levanta al pie de las rocas del mar.

Los registros del cantor berciano gozan de extraordinaria fuerza dramática, pero en el Principal de Zamora tuvimos la suerte de asistir a una pieza rebosante de teatralidad. Erguido a la izquierda del proscenio y embutido en una luz cenital blanca, el cantor interpretó el Romance del enamorado y la muerte, en plena simbiosis de voz y gesto y alma. La intensidad de la velada se escribió también con recuerdos personales y de personas, como la historia del festival del pueblo palentino de Alar del Rey, donde ganó diez mil pesetas y así pudo comprarse la guitarra que había visto en un escaparate de Valladolid. Pero también con el vívido memento de su regidor escénico, Marco Herreros, que falleció en estos días, con el que trabajó treinta y cinco años y que era como un "hermano" para él.

La función aún continuó en el bar del teatro, tras la firma de discos en el vestíbulo. Alrededor de un vino de Toro, quesos curados y sardinillas ahumadas, Amancio cantó, del bardo bilbaíno Blas de Otero, "Por los puentes de Zamora, sola y lenta, iba mi alma. No por el puente de hierro, el de piedra es el que amaba".