Vivimos un ciclo reaccionario típico de una profunda crisis general, de agresividad y rivalidad entre los Estados; también entre las formaciones de distinto pensamiento político; de manera que la vida política y parlamentaria, mencionando a Ortega y Gasset, se está llenando de jabalíes. Solo hay que echar un vistazo en el panorama internacional, también en Occidente. Hay que estar atentos a lo que está ocurriendo, por poner un ejemplo, en países, tan significativos como los EE.UU, Brasil, con Trump y ahora Bolsonaro, no digamos Venezuela; pero también en Europa, como Italia, con Salvini y Polonia y Hungría? Es evidente que una buena parte de estos pueblos se ven arrastrados por el populismo xenófobo.

Estamos en un tiempo donde se está aumentando la agresividad y la rivalidad hasta situaciones que ponen en peligro, no solo, la estabilidad política y económica también la convivencia entre los ciudadanos y en ocasiones dentro de las propias familias. Sin salir de nuestro país, véase Cataluña y Alsásua, donde se orienta a la opinión pública con falsas noticias que transforman al adversario en enemigo, de manera que si con el adversario se discute, al enemigo, ni agua, se le destruye. Es decir, convertir de forma descarnada la naturaleza noble de la política, en brutal y sucia, so sí descendiendo a las cloacas; todo ello unido a la corrupción que enturbia las relaciones y la vida política, además de ejercer el poder político en beneficio privado.

Hay quienes creen que la estrategia de la confrontación sin límites, es un arma de seguro éxito electoral, por lo que no tienen ninguna dificultad ni política, ni moral en utilizar todo lo que confronte a la ciudadanía, como instrumento seguro de captar voluntades para que se conviertan en votos. Da la impresión de que las dos o tres, (incluyendo a Vox) formaciones políticas se están "aznarizando", y por lo tanto nos sitúan a todos en una enorme inquietud. Y es que los discursos populistas que exhortan la provocación y el odio, explotan el resentimiento entre los ciudadanos, que, basándose en agravios y pretendidas ofensas, inevitablemente conducen al enfrentamiento.

En nuestro país se está desarrollando una pugna francamente indeseable, y es que los dos partidos de centroderecha, el Partido Popular y Ciudadanos, han decidido competir por utilizar la agresividad, no exenta de frivolidad, como lo es, acusar al Presidente de ser "partícipe del Golpe de Estado", precisamente cuando Pedro Sánchez, como líder de la oposición acordó con el Gobierno de Mariano Rajoy la aplicación del artículo 155 de la Constitución, y el Grupo Parlamentario Socialista en el Senado votó afirmativamente ante la antidemocrática pretensión de soberanía para Cataluña, originada por los partidos separatistas.

Una vez más, hay que distinguir entre izquierda y derecha. Frente a la derecha insolidaria y en ocasiones machista, xenófoba y racista, con ese delirio polarizador identitario y nacionalista; la izquierda tiene que defender el Estado de derecho, y oponerse a la corrupción, también luchar por la defensa del llamado Estado de Bienestar; esencialmente para los más necesitados de la educación, y fundamentalmente en la defensa de la salud pública; así como la aplicación de un salario mínimo para los trabajadores y las clases medias laboralizadas que durante el tiempo de la crisis han sido las que más han sufrido y perdido calidad de vida. Y es que la democracia requiere de cohesión social, también equilibrio territorial.

Como muy acertadamente manifiesta el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, lo que está ocurriendo no es una convulsión repentina; ha habido un abandono de las clases populares por parte de las élites políticas. Y es que algunos partidos se han dedicado únicamente a los procesos electorales, para que otros se ocupen de los desfavorecidos. Al referirse a lo que está pasando en Portugal, se ha demostrado que el liberalismo es una mentira; el Gobierno con soluciones contrarias, ha dado un respiro a las clases populares. La economía crece y la inversión llega al país vecino y hermano.

Aprovecho estas reflexiones para que, a pesar del clima descrito, o precisamente por eso, quiero manifestar mi apoyo al Gobierno de España, entre otras razones porque aprueba valientemente un Decreto para que "nunca más" el impuesto de las hipotecas en la compra de un piso, la paguen los ciudadanos.