En la noche del jueves al viernes, paseando con amigos llegados del otro lado del Atlántico, ante la Casa de la Cultura me preguntaron quién era el personaje de la escultura que preside entrada y plaza. Con la especial lucidez que brindan las dos de una fría madrugada zamorana en pleno, solitario y silente Casco Antiguo les contesté, "filósofo, profesor, experto en lenguas clásicas, poeta, ensayista, político. Se llamaba Ignacio Sardá. Se llamaba también Amparo Pascual. Él murió hace casi cuarenta años. Ella en este 2018"

En los últimos años, cada vez que coincidía con "Amparito", en Santa Clara o plaza de la Constitución, nos deteníamos, ella hablaba y yo escuchaba sin apenas meter baza en la conversación que, inevitablemente, versaba sobre su intención de publicar cada año, mientras su salud le diera fuerzas, una obra inédita de las que Ignacio había dejado escritas pero sin publicar. En qué fase estaba la siguiente y cómo iba pensando ya en otras, consciente de que su tiempo era más escaso que su vocación.

De manera invariable y más en los últimos encuentros sus palabras traían a mi memoria unos versos de "Ausencia" el poema de Borges en "Fervor de Buenos Aires": "palabras de aquel tiempo / yo tendré que quebrarlas con mis manos". Amparo no las quebraba, las envolvía en sedas y algodones, las mimaba reconociendo en ellas la sombra aún persistente de su esposo al que, incluso por encima del amor, sobre todo admiraba y trataba de darles el formato adecuado para que de la sombra fueran, libro a libro, pasando a la luz.

Nunca me lo dijo pero intuyo que lamentaba no haber podido empezar mucho antes y con más fuerza la tarea. "Primum vivere deinde philosophari" se dice en latín. Primero vivir, luego filosofar. Sacar adelante una familia con cuatro hijos muy pequeños sin más medios que el propio trabajo y un alma forjada para no rendirse nunca no es un camino fácil ni que dejara mucho tiempo para ocupaciones más poéticas.

El viernes se presentó la última, hasta la fecha, de las publicaciones -doblemente póstuma en esta ocasión- de Ignacio Sardá. La editorial comunicó a la familia que la imprenta había concluido su trabajo tan solo unas horas tras del fallecimiento de la artífice. El tiempo es proclive a las casualidades o tal vez las casualidades no existan, es ésta una de mis grandes dudas.

La obra, drama en verso, lleva por título "La famosa historia del rey don Pedro I de Castilla". Se lee fácil, con ritmo épico y música de otras épocas. No sólo con el sabor a antiguo del siglo XIV en que transcurre la acción, sino con el acento a viejo del lenguaje de la década de los cuarenta del pasado siglo. Me queda, como también apunta en el prólogo Miguel Ángel Mateos, releer a Agustín García Calvo y su "Baraja del rey don Pedro" para integrar ambos acercamientos a un mismo y singular personaje histórico.

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