La semana pasada comenzábamos noviembre, un mes propicio para el recogimiento y la reflexión. El clima favorece recluirse en el hogar y la escasez de luz solar ayuda al pensamiento ensimismado. Resulta muy sano pensarse, evaluarse pensando, tanto como pensar el mundo que te rodea para entenderlo e interpretarlo. Sigue valiendo aquella sentencia del emperador Marco Aurelio: "La vida de un hombre es lo que sus pensamientos hacen de ella".

Desde hace unos años encontramos en multitud de foros, cursos, jornadas y publicaciones, invitaciones para gestionar nuestras emociones o para conocer qué es la inteligencia emocional. Desde los centros de formación del profesorado se nos ofertan seminarios referidos al campo de las emociones y la educación, a cómo tratar en el aula ese olvidado mundo de los sentimientos. Sí, ha sido útil y también necesario, hacía falta reconocer que la escuela debe tratarlo con atención y profundo respeto. Sufrí en mi infancia un maestro autoritario y seco. Algunos salimos adelante, pocos, la mayoría lloraban solos por culpa de la cerrazón del sistema educativo franquista y no siguieron estudiando. Estoy advertido del daño que en el alma de un niño puede hacer una humillación del profesor, un desprecio por la tarea que hizo como pudo. Lo viví y no lo olvido, de ahí que el respeto al alumno sea mi primer precepto en clase, aunque este pueda ser un poco vago, disperso o inconsciente, cualidades muy comunes en la adolescencia.

Echo en falta más dedicación a favorecer el aprendizaje del pensamiento. He dicho bien, aprender a pensar, tenemos que mejorar la calidad de nuestro pensamiento. Este es perfectible, se puede perfeccionar con la práctica; también a la inversa, podemos empeorarlo. Para que esto ocurra basta con introducir a cualquier persona en una "realidad líquida" - recordemos a Bauman - aderezada con redes sociales de viscosos perfiles y en pocas semanas contaremos con un perfecto energúmeno de rápidos pulgares, soltando soflamas a diestro y siniestro con la confianza de un master en Administración autonómica por la universidad Rey Juan Carlos. En cambio, para pensar mejor, con autonomía y criterio, necesitamos entrenar, practicar. No hay libro de instrucciones ni tutorial en internet. A pensar se aprende pensando con otros en comunidad. Debemos ejercitarnos escuchando a otras personas. ¡Ah, escuchar! Qué verbo tan bonito, qué actividad tan necesaria y cuán difícil resulta encontrarla hoy. Por aquí comienza el proceso de mejora de nuestro pensamiento, por la atenta escucha del otro. Descubriremos que compartimos ideas o que disentimos. En ese diálogo se gesta el pensamiento complejo, ¡el auténtico pensamiento! el construido con otros, será el que nos permita superar prejuicios, cuestionarnos dogmas y buscar la verdad. Ya veremos dónde se encuentra ésta, mientras, desbrozamos nuestras cabezas de falsedades, manipulaciones y pensamientos tóxicos.

Se quejaba hace unos días una alumna de bachillerato porque le parecía muy tarde comenzar este proceso de aprendizaje con 16 años. Demasiados vicios adquiridos. Es posible que estas destrezas se adquieran de modo más natural comenzando antes. El programa "Filosofía para niños" de M. Lipman, así lo demuestra. Pero estoy seguro que nuestra clase de filosofía, de filosofar, para ser más precisos, ayudará a que su pensamiento sea de más calidad. El sentido de esta asignatura se encuentra sobre todo en mejorar la vida de las personas, más que en resolver problemas abstractos. Nos prepara para tomar decisiones fundadas sobre cómo pensar o intervenir en las circunstancias que la vida nos depara. Nos arma de paciencia. Se trata de propiciar la reflexión hacia dentro y también en el espacio público, en la polis, con el ánimo de mejorar la convivencia y la calidad de nuestra vida democrática. Dice Daniel Innerarity, filósofo español, en un precioso libro titulado "La filosofía como una de las bellas artes", que este saber clarifica su función cuando penetra en el entramado sociocultural y se ocupa -como proponía Kant- de "lo que necesariamente interesa a todos".

Hace unas semanas conocimos el acuerdo, tomado en la Comisión de Educación del Congreso, que devolverá a la Filosofía y a la Ética su importancia en el Bachillerato y en la ESO. Es una excelente noticia que deberá verse reflejada en el boletín oficial para felicitarnos todos, no sólo profesores; la sociedad se verá beneficiada si el alumno aprende las herramientas, conceptos y destrezas del pensamiento filosófico. Son imprescindibles Platón y Aristóteles, Descartes, Hume o Kant, también Marx, Nietzsche y Ortega y Gasset son relevantes para saber quienes somos como civilización y cultura.